¿Qué tenemos en nuestro ADN? ¿Será la caña la que nos intoxica, para que, saturados de tanta dulzura, nos volvamos despiadados con los nuestros? Dulzura vs. Amargura. ¿Por qué somos capaces de admirar y deslumbrarnos con lo extraño y no tenemos ni un ápice de reconocimiento a lo propio? ¿Será la confirmación de dichos populares ‘como te quiero te apórreo’ o ‘luz de la calle, oscuridad de la casa’?
Es increíble la dosis de canibalismo caleño… hay gente deslumbrada con los tres meses de Fico en Antioquia, sin considerar las inmensas y reales dificultades que tiene hoy Medellín, pero despiadada con Eder (en los mismos tres meses) anhelando que hubiera solucionado todos los problemas de ciudad. Si querían un mago debieron haber votado por Dios. Y no sé si Él pudiera (y quisiera)…
Pero sí es claro que tenemos un virus en nuestra identidad vallecaucana. Un gen que no permite reconocernos, aceptarnos o admirarnos. Como si la mezcla increíble de negro, indígena, blanco y mestizo hubiera impedido alimentar dos virtudes indispensables para vivir en comunidad. Solidaridad y empatía. No, por el contrario, canibalismo, retaliación, envidia. Una necesidad de destrucción, impidiendo que otros brillen, sobresalgan o triunfen.
En el Valle pareciera que nos especializamos en ponernos zancadilla unos a otros. ¿Qué tenemos? ¿Algún estudio ha identificado esta peligrosa bacteria que opaca todas las maravillas de nuestra tierra? No podemos ser entonces lo suficientemente alegres, ni gozarnos la belleza de nuestro valle, la brisa del atardecer, bailar con el ritmo que solo un caleño posee, admirar a hombres y mujeres hermosos, disfrutar de nuestra gastronomía, ensimismarnos con nuestra naturaleza, pájaros, ríos, mar, verdor, nada es suficiente, no podemos reconocernos creativos, emprendedores, solidarios y gozar con el triunfo del vecino porque la envidia nos carcome. Pero la envidia es una incapacidad: “yo no pude, el sí pudo”. Una necesidad de destrucción ‘innata’ que creo que debe estar en el aire que respiramos. Imposible explicarlo de otra manera…
Nuestra diversidad vallecaucana debería poder aportar lo más valioso que es la multiplicidad de criterios y opiniones. Una región alimentada de diferencias y heterogeneidad lista para generar un arcoíris de tolerancia y respeto por el otro. Pero no: el ego, la rigidez de criterio, la inseguridad, se traslucen en esa necesidad de destrucción y critica constantes. Como urge la necesidad de renovación en líderes sociales y de opinión, donde no sean el resentimiento y la envidia las que marquen el derrotero. ¿Soñar con un Valle solidario será acaso una utopía? “Mi tierra pujante y majestuosa se hizo nicho a la orilla del mar, se enamoró al rumor de serenatas y se hizo briza para acariciar. Mi tierra, crisol de razas, es mulata, mestiza, negra y blanca. Herencia traigo de don Quijote, hablo la lengua castellana, llevo en mi sangre la bravura indomable de Tolúes y Calimas, pero el sabor de mi mapalé lo heredé de la negra África. Al ritmo de salsa, cumbia y tropicales, con aroma de café, guarapo y brea, venga yo lo invito, tómese un aguardiente blanco a la salud de mi tierra”, escribió Libia A Quintero. Hoy, invito a su sentimiento caleño y vallecaucano a construir y renovar, pero no más destrucción. En este paraíso natural, no cabe el canibalismo…