Imposible resumir en una palabra el sentimiento que dejan los testimonios sobre Dabeiba, y alrededores, otro capítulo de la interminable infamia que son los ‘falsos positivos’.

Ira, dolor, impotencia, estupefacción, entre otros, todos a la vez. Junto al temor que suscita el hecho de que la impunidad termine por cobijar a los determinadores de semejante barbarie.

A la par, producen admiración quienes durante tantos años, contra amenazas y persecuciones, se han mantenido firmes en la búsqueda de la verdad. Ahora con mayores posibilidades de acercarse a ella, gracias a la labor de la JEP.

E infinita solidaridad con tantas familias que, a medida que más voces confiesan, se enteran hasta dónde treparon la perversidad y el fanatismo a costa de las vidas de los suyos. Cuando, no lo olvidemos, contra todo signo de humanidad, una política de seguridad nacional terminó en aniquilación de inocentes de una manera nada aislada. Por el contrario, bien sistemática.

El solo hecho de que, como sociedad, hayamos cerrado ojos y oídos durante largos años, nos convierte también en responsables. Ya verá cómo lo asume cada uno.

Igual, mientras millones sentimos dolor y vergüenza, en contravía corren la mentira y el negacionismo, aparte de la indolencia, con los que buscan encubrir lo que no tiene tapadera.

Quienes así lo quieren, seguirán fracasando en su empeño. Entre otras cosas, porque cada día sabemos más sobre eso que hace casi quince años, el 19 de septiembre de 2008, dejó de ser la extraña suerte de un muchacho.

A él, Jáder Andrés Palacios Bustamante, 22 años, le atribuyeron ser miembro del Eln y dado de baja en combate en Ocaña, Norte de Santander. Apenas dos días antes había desaparecido en Soacha, Cundinamarca.

De ese extremo de la madeja supo tirar Luis Fernando Escobar Franco, personero de aquel municipio cundinamarqués, no sin jugarse el pellejo. El eco que Luis Fernando hizo a las denuncias de Luz Edilia, madre de Jader Andrés, fue el comienzo de esto que ahora acaba de dar grandes pasos en Dabeiba con nuevas y estremecedoras revelaciones.

Hay que seguir atentos a las consecuencias de este fenómeno macrocriminal de incalculables proporciones. Aquí queda mucho por aclarar en tantos lugares donde sucedió.

Son verdades imposibles de disfrazar y de retorcer. Porque, tal cual dice el profesor español Jesús Casquete, el “derecho a escribir la historia desde el presente no es compatible con retorcerla alterando la ‘verdad factual’, es decir, lo que la evidencia histórica nos permite conocer y cuyo opuesto no es ni el error ni la opinión, sino la falsedad deliberada”.

A los intentos por eso, por falsear los hechos, las máscaras se les seguirán cayendo. Como ha pasado tantas veces en tantos lugares. Le ocurrió a la Alemania nazis en Polonia, tras el montaje con que pretendieron justificar la invasión en septiembre del 39. Y antes, en abril del 37, a Franco en España, en su miserable intento de adjudicar a otros lo que él y los suyos habían hecho: aliarse con Hitler para convertir a Guernica en objetivo del bombardeo a población civil para matar y generar terror.

Incluso, pasa hoy. Lo evoca el mismo Casquete cuando subraya la definición de Jean-Marie Le Penn sobre el Holocausto. Dice esta señora: “No digo que las cámaras de gas no hayan existido. Yo no las he podido ver. No he estudiado especialmente la cuestión. Pero pienso que es un detalle de la Segunda Guerra Mundial”.

Qué tal, apenas “un detalle”. El mismo ‘detalle’ en que quisieron, y quieren, convertir en Colombia las (al menos) 6.402 ejecuciones extrajudiciales del más ominoso crimen de la vida nacional.