El edificio es como un velero con las velas hinchadas por el viento en medio de la naturaleza, en el corazón de París. Frank Gehry construyó para la Fundación Louis Vuitton en el Jardín de Aclimatación del Bosque de Bolonia esa escultura imponente de acero y vidrio que es una afirmación del optimismo de la arquitectura contemporánea sobre la capacidad de nuestra época para crear belleza.
Su trabajo es una reinvención de la fachada, anulada por la arquitectura funcional basada en el cuadrado y el rectángulo. En la obra de Gehry la fachada lo es todo, las paredes curvas no cumplen otra función que dar dinamismo al diseño, son como los pétalos de una flor gigantesca. Una cascada en la base del edificio añade el agua para completar la ilusión del velero. Adentro es otra cosa. Grandes salones de altos techos construidos para la exhibición de obras de arte moderno, que requieren de grandes espacios, y una terraza como de nave espacial desde donde se divisa todo París. Es la cara optimista y lujosa de la sociedad de consumo, pagada con las utilidades de las grandes firmas de lujo de las cuales Louis Vuitton hace parte. Un producto que solo puede hacerse con mucho dinero, tan costoso e innecesario como los grandes perfumes, o la alta moda, pero también tan fundamental para entender las corrientes que se renuevan constantemente en las fronteras de la creatividad.
El museo acoge hoy la más completa retrospectiva del Mark Rothko. El pintor norteamericano nacido en Letonia que es la otra cara de la moneda de la modernidad. Todo lo oscuro, la lucha interna, la insatisfacción y la depresión, expresadas en unas pinturas de aparente placidez donde se enfrentan dos bloques de color con bordes desdibujados por veladuras logradas con capas y capas de pintura al óleo al estilo de los grandes maestros. Rothko dice que su pintura no es expresionismo abstracto, como la clasifican los entendidos, sino una aproximación mística al color que refleja su pugna interna, desconsoladora, con la vida. Se suicida a los 67 años con una sobredosis de pastillas antidepresivas.
En el Louis Vuitton está toda su obra, incluyendo las pinturas negras de la capilla Rothko de Houston, y las que pintara para el hotel Seagram de Nueva York, que no quiso entregar, pues no le pareció que la arquitectura del lugar fuera adecuada para ese trabajo que ya se iba oscureciendo sin remedio. El conjunto de su obra impresiona por su luminosidad y coherencia: una experimentación sin fin sobre el color que adquiere sentido al ver toda la obra reunida en un solo lugar, volviéndose lentamente negra. Es la más acabada expresión de pesimismo nacido de las grandes tragedias de nuestro tiempo.
No en vano, en algunos salones han colocado esculturas de Alberto Giacometti, esas figuras alargadas, esqueléticas, que parecen salidas de un campo de concentración y que de alguna manera están relacionadas con la misma angustia creadora. Solo quizás en sus pinturas oscuras y negras se evidencia la violencia de la lucha interna con que fueron creadas. La crítica ha destacado sus habilidades de colorista, lo cual escandalizaba a Rothko, un ser atormentado.
Gehry y Rothko, ambos judíos, lo cual quizás no sea una coincidencia: el optimismo y el pesimismo como la cara y sello de un mismo mundo, que enfrenta a estos dos creadores en una mezcla de asombro. Cada uno expresando su verdad, tan distintas.