En mis 50 años de trabajo clínico he conocido pocas personas que acepten abiertamente estar procesando sentimientos de envidia. No admitir una debilidad es muy común, pero entorpece el proceso para corregir la fuente del problema. Los que buscan ayuda son sus víctimas, es decir los que conviven con ellos.
Sentir un poco de envidia es humano. Incluso se habla de “la envidia de la buena”. Este escrito se refiere a la envidia que vuelve a una persona “tóxica,” causa dolor a los demás, y afecta gravemente sus relaciones interpersonales.
A pesar de mi escepticismo al respecto de la posibilidad de combatir algo tan profundamente arraigado en el alma de las personas, me he puesto en la tarea de revisar los posibles métodos para atenuarla.
En general las líneas de pensamiento revisadas hacen énfasis en la práctica de la gratitud. Recomiendan adoptar modelos de personas magnánimas, aceptar que la mejor opción de vida es la conducta generosa porque siempre es recompensada, evitar los comentarios negativos y las actitudes competitivas y comparativas que no aportan nada positivo, y compartir las experiencias y conocimientos para ayudar a los demás.
El cristianismo, el protestantismo y el catolicismo enseñan la importancia de tratar a los demás con amor y respeto. Algunas religiones consideran la envidia un pecado y recomiendan trabajar en la humildad y desarrollar habilidades y virtudes propias.
El budismo invita a combatir la envidia a través de la práctica del desapego y la compasión. Y muchas tradiciones orientales promueven la práctica de la meditación para cultivar la atención plena y la serenidad emocional. Al enfocarse en lo que se tiene, no en lo que no se tiene, se reduce el deseo obsesivo por lo que otros poseen.
Otras disciplinas promueven el perdón, la autocompasión y la consideración hacia los demás, la liberación de la ira y el resentimiento o la búsqueda de motivaciones y habilidades propias en lugar de basar la felicidad en comparaciones externas.
La teoría psicoanalítica recomienda un enfoque holístico que tenga en cuenta tanto los factores emocionales y psicológicos personales como las influencias culturales y sociales. Postula que la envidia puede tener raíces en la infancia, cuando el niño percibe que no es suficientemente amado o valorado por sus padres o cuidadores, o cuando siente rivalidad con un hermano o figura de autoridad. Esta falta percibida puede generar una sensación de carencia o de no sentirse completo, lo cual puede manifestarse como envidia hacia otros que tienen (o se cree que tienen) lo que uno desea. Propone desarrollar estrategias para enfrentarla y trabajar en el fortalecimiento de la propia autoestima y en entender qué es lo que realmente importa.
El aprendizaje a través de la empatía, comprensión y amor hacia el prójimo es la parte más compleja de todos estos nobles esfuerzos. El Principito lo resume sabiamente: “Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Ni el paso del tiempo, ni las buenas acciones de familiares y amigos van a ayudar a alguien a reducir la envidia, si esa persona no acepta su condición y desea modificarla con convicción. Esos dos son requisitos indispensables para lograr un cambio.