Es capaz de amar y trabajar (Freud). Logra el balance sutil entre el placer y el deber.
Disfruta del camino hacia la meta sin obsesionarse con el resultado final, pero es capaz de romper esquemas y desafiar lo establecido.
No traga entero.
Acepta las dificultades, la imperfección, los errores y el sufrimiento sin resistirse, pues tales circunstancias son la norma, no la excepción, del devenir cotidiano.
Combate los mitos que con más frecuencia limitan a la gente, para finalmente comprender que son “cuentos chinos” que contribuyen a un enorme desgaste. Por ejemplo, deja de suspirar por “la felicidad completa”, “la familia modelo”, “los padres ideales”, “el cónyuge perfecto” y “las mujeres/hombres espectaculares” (estos últimos a duras penas sobreviven la luna de miel).
No se compromete sin conocer al otro o sin haberle dado tiempo para que se manifieste su verdadera naturaleza (que no sale a flote sino cuando se lo incomoda).
No piensa con el deseo (“él/ella va a cambiar”).
Renuncia a quererlo controlar todo. Entiende que en la medida en la que se da la batalla diaria, irán llegando las retribuciones, pues las dificultades son inherentes a la vida y solo esa compresión hace posible la solución de problemas y la superación de frustraciones.
No piensa con el deseo, ni asume nunca nada. Sabe que en los accidentes, salvo casos excepcionales, la víctima siempre es responsable en alguna medida. Ya sea porque se confió del semáforo en verde o en rojo.
No actúa impulsivamente. No se cree las maldiciones de ciertas figuras de autoridad: “Usted no sirve para nada”. No se auto flagela: “No soy atractivo/a…no soy capaz de conquistar a nadie…por lo que hice (o dejé de hacer) merezco un castigo...si no me aceptan es por culpa mía”.
No se echa flores. Tiene claro que el personaje más patético es aquel que piensa que es más importante de lo que es, sin darse cuenta que todo el mundo lo ve como lo que es: “un tonto inflado”.
Enfrenta los muy comunes miedos al compromiso, a la soledad, al rechazo, a la incertidumbre, que tanto limitan a las personas normales y las someten a vidas aisladas y tristes.
Reconoce la pasión por la comodidad (pereza) en sus diferentes disfraces como la causa de los fracasos en la vida. Y hace el ejercicio permanente de desnudar al haragán que lleva dentro y que se camufla detrás de variadas máscaras.
Combate vicios arraigados. Como la ingenuidad de quien todo se lo cree para no tener que hacer el esfuerzo de cuestionar nada y así sacarle el bulto a todas las confrontaciones. O el no profundizar en nada para terminar idealizando o conciliando lo que sea. O el “aguantar y aguantar” situaciones insostenibles para “sufrir” en silencio. O el hacerse el sordo para no actuar y justificar su indecisión frente a todo.
Tiene una rica vida espiritual que le permite no solo la plenitud, sino salirse de los límites de su ego personalista para ponerse al servicio de metas superiores. Quienes se dejan guiar por algunos de los ideales mencionados, tienen muchas posibilidades de trascender y disfrutar de la vida.