Este término se ha ido degradando, en la medida en que se lo menciona en el discurso pero no se lo respalda con los hechos.

La honestidad, el afecto sincero, la transparencia, la lealtad, la amistad desinteresada y la solidaridad son algunos de los valores fundamentales a través de los cuales se expresa una noble condición humana. Muchos hablan con facilidad sobre ellos y acuden con fruición a talleres de ética, valores y espiritualidad, pero pocos los aplican de manera consistente en su propia vida. Desafortunadamente, estos principios no se aprenden en cursos teóricos, pues son el resultado de un largo proceso de identificación con los adultos con quienes las personas conviven desde muy temprano en la niñez.

Un examen cuidadoso de la cotidianidad de muchas personas, revela fallas con relación a estos aspectos: Envidian en secreto a las personas con un pensamiento autónomo, al tiempo que conviven con la mediocridad.

Esa predilección manifiesta una grave enfermedad social, pues interesa más la apariencia de bondad que la bondad misma. Seduce más fácilmente la pretensión social, que la solidez de una vida. Se valora lo postizo y lo superficial por encima de lo genuino. Cautiva la ostentación y se menosprecia la frugalidad; se prefiere lo banal a lo fundamental; la sonrisa fingida a la profundidad de un afecto y la adulación, al verdadero compromiso.

Se juzga como primordial el congraciarse con quien puede dar algo, así eso signifique el sacrificio de la dignidad, pues lo que cuenta es la conveniencia personal, no la valentía de un acto de carácter.

En medio de esta inversión de los valores, las personas con un pensamiento independiente no caen bien, pues atizan el fuego de la envidia, frecuente condición humana que tan bien tipifica a esa legión de mediocres enquistados en distintos rincones de la sociedad contemporánea, y que tanto recuerdan al mito de Procusto. Tema a discutir en otra ocasión.

Lo único que interesa, en secreto, a muchos mediocres es que los que están por encima de ellos se caigan. Detestan la franqueza, son conciliadores compulsivos y nunca confrontan, pues lo consideran conflictivo.

Como consecuencia de lo anterior con muchísima frecuencia toleran comportamientos inaceptables, de personas con quienes interactúan, evitándose así las incomodidades de una discusión sincera.

Para vivir auténticamente, es necesario ser franco, no huirle al desacuerdo, hablar claro y no temerle a la soledad.

Ernesto Sábato en ‘La resistencia’, hace un llamado a oponerse a la superficialidad y a la frivolidad de la vida actual con un mensaje esperanzador para quienes logren resistirse a la banalidad imperante. ‘La civilización del espectáculo’, de Mario Vargas Llosa, lo confirma, a pesar de que él mismo cayera en las tentaciones de la farándula que tan certeramente criticó. “Errare humanum est”.

Los que tanto hemos disfrutado con sus lecturas nos reconciliamos con él porque en el último tramo de su vida, corrigió su error.