Claudia Piñeiro la saco del estadio con su libro Catedrales. No quiero ser “spoiler” como se dice ahora en vez de “meter la pata o tirarse el libro”.

Es un libro fuerte. Diferente. Inicia con el hallazgo de una joven descuartizada y abandonada en un potrero en medio de las basuras y la interpretación de esa tragedia inesperada por cada uno de los miembros de su familia.

Un libro-thriller que sube y sube el suspenso y los latidos del corazón, pero que tiene, para mí, una lectura aún más interesante.

La certeza cada vez mayor de que nadie, absolutamente nadie, ve un acontecimiento, sea cual sea, de la misma forma. Si en Colombia existen cincuenta millones de personas, tendremos cincuenta millones de versiones, cada una válida, porque cada uno la asimila de manera diferente.

Un ejemplo: Papá, mamá, hija e hijo salen en carro hacia una finca… Van los cuatro juntos por la misma carretera y hacia la misma casa… Un paseo que cada uno lo ve y lo siente diferente.

Papá maneja… concentrado en la carretera, pendiente del camión que va adelante, esquivando la moto que se le cruza, tal vez maldiciendo al anfitrión por la invitación a esa finca que queda en la porra y la carretera llena de corvas y baches, abismos y posibles derrumbes…

Mamá mira arrobada el paisaje, le parece mentira escaparse de la ciudad, mirar los árboles, respirar otro aire... abre la ventana, recibe el viento de montaña en la cara, en el cielo las nubes parecen ovejitas… se siente privilegiada de ser invitada a ese pedazo de paraíso envuelto en niebla, carboneros, yarumos...

La hija en la ventana izquierda de atrás le toca mirar la montaña del otro lado, una cantidad de casitas construidas aferradas con palos a las rocas, las piedras enormes que amenazan derrumbes y la selva apretada, llena de bejucos, lianas... a medida que sube curva a curva, se siente mareada y de mal genio, punto paseo que la obligaron a ir en vez de quedarse de locha mirando Netflix desde su cama.

El hijo mira aterrorizado y con vértigo los abismos insondables, piensa que si su papá se descuida un minuto se puede desabarrancar y matarlos a todos… Aprieta los dientes, cierra los ojos, se pone los audífonos y se desconecta…

Cuando llegan saludan y sonríen… Al despedirse dan las gracias, y de regreso les toca el mismo trayecto, pero de noche... Papá con las pilas puestas y rendido, rezando para que no lo pare la policía y le sienta el tufo... La mamá fascinada con las luces de la ciudad en la lontananza… La hija medio trabada porque se metió un cacho y ve todo en tercera dimensión... El hijo feliz porque logró toquetear a la sardina que estaba invitada y chupetearla...

Mismo día. Mismo carro. Misma carretera. Misma finca… Cada uno la vivió distinto, y todas las versiones son válidas, y las emociones también… Cada instante en la vida es diferente para cada uno e intransferible... A menos de que queramos compartirlo y enriquecer la experiencia en común.

Catedrales por eso es un libro apasionante ¿Quién tuvo la razón? ¿A quién se juzga? ¿Quién es verdaderamente culpable?

Y así es nuestra vida, solo compartiendo temores, fortalezas y esperanzas, llegaremos a comprendernos y cesar odios y venganzas. Así como jamás nos bañamos en el mismo río, jamás veremos las cosas ni las sentiremos igual. Por eso nadie tiene el derecho, jamás, a tirar la primera piedra.

PD: Respeto y admiración por la columna de María Jimena Duzán. Total solidaridad.