La muerte del legendario y controvertido Henry Kissinger esta semana marcó el fin de una generación de diplomáticos que cambiaron el curso de las relaciones internacionales. Dos años antes, Estados Unidos enterró a Madeleine Albright, inmigrante también, recordada por su estilo franco y su sentido del humor que utilizaba como herramientas de negociación.

Ambos pertenecieron a una era en la que la diplomacia ocupaba un espacio fundamental en la geopolítica. Ambos supieron utilizar el poder en los momentos más críticos de la historia reciente para negociar y también para actuar. Activos hasta el final, aun desde el sector privado, fueron núcleos de influencia en la política mundial. Criticados y venerados, tan diferentes en ideología y estilo, nadie duda del impacto, el conocimiento, y la capacidad diplomática como arma política de este dúo.

Hoy hacen falta los expertos en negociación y diálogo. El mapa político está colmado de mandatarios con arrogancia y sin experiencia. El justificado desdén por la política tradicional ha inundado al mundo de líderes principiantes o ideológicos. El hartazgo y el apetito para los ‘outsiders’ ha terminado por debilitar aún más la democracia, las relaciones entre países, el crecimiento económico y la prosperidad.

Estos guitarristas, periodistas, guerrilleros, comediantes, empresarios y futbolistas y sus pobres gabinetes son el reflejo de un hartazgo justificado con las maquinarias corruptas, las promesas rotas, los programas fallidos, las leyes amañadas y el clientelismo generalizado. El populismo de izquierda y derecha se aprovecha por partes iguales de los votantes desencantados para saltarse las instituciones, los derechos fundamentales y los procesos democráticos para dizque llegarle directamente a los votantes. La táctica de la comunicación directa de los presidentes, vía las redes, no es más que una falsa transparencia que esconde la erosión del estado de derecho. La falta de experiencia de los equipos de gobierno es una vergüenza.

Detrás de esta improvisación, hay votantes aburridos de las mentiras y las soluciones falsas, que piensan que el problema es la política misma y no los malos gobiernos. Pero los antipolíticos que tanto entusiasman no son la solución. Nadie acude a un plomero para una cirugía, ni escoge un médico para volar un avión, ni un golfista de arquero. Gobernar un país requiere experiencia y conocimiento profundo de la historia y las leyes. El ejercicio de la política es ciencia, y también es arte. La solución no es botar a la basura la ciencia política y elegir a los inexpertos, sino formar, promover y escoger buenos políticos, y cada vez más en este mundo interconectado, expertos diplomáticos.

La diplomacia no es una agencia de relaciones públicas que se comunica por las redes, sino una disciplina que requiere experiencia y capacidad de negociación, resolución de conflictos y búsqueda de cooperación. Incluye el talento y la experiencia para balancear temas críticos, construir confianza y entender las ramificaciones de cada decisión.

Requiere un entendimiento de la importancia de las organizaciones internacionales, de las corrientes de la geopolítica y la capacidad de crear consensos y también trazar líneas rojas. Las escuelas diplomáticas y las universidades deben encontrar maneras atractivas de reclutar jóvenes y generar espacios de crecimiento para una generación de estudiantes que tendrán que enfrentar un mundo interconectado y complejo, con fuerzas cambiantes de poder, donde ningún país se puede esconder en la ignorancia de la antipolítica. La diplomacia es compleja y necesaria. Que las figuras grandes de la historia reciente como Kissinger y Albright, bautizada por los cubanos como “Madame cojones”, con todo y sus controversias, nos sirvan de lección.