Los hechos ocurridos en Venezuela luego de las elecciones presidenciales del 28 de julio, y de los cuales el mundo entero ha sido testigo, solo confirman lo que ya se sabía: en el país vecino no hay democracia, sino una dictadura tenebrosa. Nicolás Maduro pretendía legitimar su régimen y extender de nuevo su mandato a través de una campaña procaz en contra de la oposición, dirigida por María Corina Machado, y de unos comicios claramente viciados. Lo que no contaban era con la audaz y valiente estrategia de Machado para anticiparse al accionar del oficialismo y desenmascarar el fraude en tiempo real. Gracias a esto, el país parece estar abriendo los ojos a lo que Maduro y su cohorte cómplice han respondido con violencia y represión.

En medio del caos y este ambiente turbio, no sorprende que China haya sido uno de los países que, de manera rápida, reconoció el resultado electoral dictaminado por el amañado Concejo Nacional Electoral de Venezuela. Como afirman Charles Edel y David O. Sullivan en un artículo para Foreign Affairs, entre las tácticas que usa China para subvertir las democracias a nivel mundial, se encuentran las siguientes. En primer lugar, en los países desarrollados intenta controlar la narrativa que hay sobre su país. Esto incluye ofrecer acceso preferencial al mercado chino a países aliados, al igual que a instituciones o empresas que considera afines a sus intereses, mientras que implementa retaliaciones financieras a países, instituciones o empresas que considera que están en contra de sus intereses. Pekín amenaza a los disidentes chinos y sus familias, vigila a los estudiantes chinos que estén en el exterior, mientras controla cómo y qué se estudia sobre China. Estas medidas buscan controlar la percepción sobre su país e imponer una narrativa.

En segundo lugar, en los países en vías de desarrollo, China implementa una estrategia diferente. Es la denominada diplomacia de lobos guerreros o ‘Wold Warrior Diplomacy’ que consiste en persuadir a las élites políticas de estos países sobre las ventajas y virtudes del sistema político chino y cómo este le ha permitido transformar al país en la segunda economía mundial. Esto le permite capturar el imaginario de un grupo pequeño de élites corruptas que, con ayuda de Pekín, imponen medidas para centralizar el poder e insular al régimen de las demandas de la sociedad civil, mediante el uso de tecnología china que reprime a los ciudadanos y les permite mantenerse en el poder. Esta estrategia se ha conocido como la exportación de autoritarismo a nivel global. El objetivo de China es adquirir ventajas económicas con el régimen político, los empresarios que los apoyan, y similares, más que una influencia ideológica.

En tercer lugar, está la implementación de una estrategia dirigida al debilitamiento de instituciones internacionales que promueven normas democráticas y la creación de nuevas instituciones que le hacen contrapeso a la presunción de que la democracia liberal es la mejor forma de gobierno. En las Naciones Unidas, en especial en la Unión Internacional de Telecomunicaciones, China ha usado su poder para promover políticas que permiten que regímenes autoritarios puedan usar la tecnología para reprimir a los ciudadanos. Igualmente, promueve una visión de derechos humanos en la cual los gobiernos pueden citar supuestas condiciones sociales únicas para justificar que a ciertos individuos o grupos se les puedan vulnerar sus derechos.

Así, aunque la elección fue en Venezuela, la perpetuación en el poder del régimen Maduro hace parte del interés nacional de China. Para aumentar su poder político y económico en América Latina, y contrarrestar el de Estados Unidos, Pekín buscará ofrecer apoyo político y económico al régimen de Maduro. Como mencioné en una columna anterior, China lidera un eje antisistémico que busca imponer sus intereses en el orden geopolítico. Mantener a Maduro hace parte de la estrategia, pues con su régimen se puede iniciar una ola antidemocrática, en la que China será el principal instigador y actor desestabilizador.