No se sabe quién es más cínico, el que se indigna sin vergüenza por algo demostrado o el que se lava la cara con rabo de paja. Ambos casos, en cabeza de congresistas esta semana, no tienen mucho de raro. Nuestros grandes próceres del Capitolio están más listos para defender su ‘honra’ a punta de discursos baratos e indignación falsa que para realmente trabajar, para que el Congreso recobre su legitimidad y haga bien su trabajo.

No es gratuito que tan pocos Colombianos crean y confíen en el legislativo. Son ellos mismos los que han minado la base de su legitimidad. El presidente del Congreso, Iván Name, muy enérgicamente salió a parársele al presidente por decir que existen nexos entre el narcotráfico y la política. ¿Alguien de verdad duda de que no? Name, en su galaxia que se parece más a Dinamarca que a Colombia, cree que eso es una calumnia descabellada.

Después lo siguió el igualmente cínico Wilson Arias. Un viejo conocido de estas jugadillas de doble rasero. Qué memoria tan conveniente y qué criterio tan flexible, cuando él mismo ha sido el defensor a capa y espada de los delincuentes que destruyeron a Cali en el Paro Nacional. No, no solo lo hizo con jóvenes indignados que salieron a protestar y que merecen ser defendidos. Lo hizo, y lo hace, muy tranquilamente, con quienes sí cometieron delitos: bloquearon, saquearon y vandalizaron.

Name podrá lavarle las manos a todo el Congreso en pleno. Podrá escudarse en la falta de sentencias judiciales que lo demuestren con los que tienen asiento hoy ahí. Eso mismo hará Arias con sus pobrecitos de Primera Línea. Pero esa es una maraña típica de cualquier bandido y sus escuderos a quienes les conviene la inoperancia de nuestra justicia. Aun así, todos sabemos que acá ser bandido y estar libre son perfectamente compatibles. Ser bandido, estar libre y estar en el congreso también lo es en este país del mundo al revés.

Muchos de los politiqueros clásicos del congreso viven más preocupados por defender la ‘honra’ de una institución que la perdió hace mucho que por hacer bien su trabajo. En todo caso, la historia los arrolla. Los nexos de la política con el crimen y el terrorismo han sido demostrados una y otra vez. El volumen de lo que no conocemos es aún mayor, especialmente en las regiones más lejos del centro, donde la atención es menor y el dominio ilegal es mayor.

Hoy, todavía con la desmovilización de las Farc y mesas de negociación de la paz total, hay regiones enteras donde entrar en política sin la anuencia de criminales es simplemente imposible. Narcos, guerrilleros, pandilleros, jefes de bandas, mandan la parada hasta para decidir quién se lanza y quién gana. En otro tanto de casos, donde no mandan con tanto poderío, hay políticos que son sus peones en la contienda para lograr gabelas y protegerse. Esa es Colombia desde hace décadas y el Congreso no está exento.

Claro, podrán ser acusaciones injustas para muchos que lo hacen bien. También ilógicas en cabeza de un presidente acusado de precisamente hacer lo mismo en cárceles con su propio hermano. Pero así como unos piden que no se meta a todos en el mismo costal, Name y Arias no pueden salir a tapar el sol con un dedo.