Jardinsofía/Una historia filosófica de los jardines, 2016, el libro de Santiago Beruete, antropólogo, doctor en Filosofía y profesor universitario, es una interesante y pertinente historia de los jardines en Occidente, y un llamado de atención a sus ciudades actuales, en las que cada vez vive más gente alejada de la naturaleza, que puede que la visite regularmente, pero que no convive con ella, lo que sí permiten los jardines de verdad en ciudades y viviendas. Cómo él dice: “Los jardines han plasmado de forma privilegiada la relación del hombre con la naturaleza y han sabido traducir en un lenguaje plástico y sensorial la metafísica vigente en cada momento histórico”.
A esa historia de los jardines hay que agregar que en Colombia está relacionada con la Revolución Francesa, cuando allá se reemplazaron los símbolos de la monarquía y la iglesia por los Árboles de la Libertad, recordando el amor de Rousseau por la naturaleza; las estatuas se eliminaron y en su lugar se sembraron en las plazas especies que representaran la flora de cada región. Años después Antonio Nariño introdujo este rito en la Plaza Mayor de Santa Fe de Bogotá con la siembra de un arrayán en donde había estado el cadalso virreinal; y más tarde casi todas las plazas en el país se convirtieron en parques que conservaron no solo el nombre de plazas sino su uso.
La Plaza de Bolívar de Bogotá ya volvió a ser solo plaza desde mediados del Siglo XX, y en otras se podría retornar al carácter original de plaza llana y sin obstáculos, pero con árboles, por ejemplo la Plaza de Cayzedo de Cali, conservando sus icónicas palmeras y fuentes (como ya se propuso en esta columna) solo remplazando la grama y los arbustos actuales por un piso a nivel de lozas modulares, a partir del trazado en doble cruz de los senderos que llevan al monumento en su centro, y que continúe siendo identificable. Se recuperaría la circulación peatonal en todas las direcciones, propia de una plaza, y ampliarla hasta la Catedral hundiendo la calle que las separa.
Pero sobre todo es perentorio preservar a fondo los paisajes naturales (cerros, cordilleras, nevados, ríos, quebradas, lagos, mares) y campestres, más cercanos a las ciudades, como parte de sus diversos horizontes urbanos; también rodearlas de cinturones verdes para separarlas de las poblaciones vecinas más cercanas; hacer en sus ensanches más pequeños parques de barrio y unas pocas grandes zonas verdes; amen de muchos huertos y vergeles comunales. Todo lo anterior es de suma importancia de frente al cambio climático y, desde luego, considerando que, como se lee en este libro de Beruete: “En los jardines reverberan nuestros ideales éticos, estéticos y políticos.”
Hay que incentivar en las viviendas los jardines y los vergeles como parte de ellos, además de huertos caseros, ya sea en el terreno, o en materas en balcones, terrazas y azoteas; abonados con composta a partir de los desechos orgánicos y regados con agua de las lluvias. Serían viviendas edénicas pue se puede vivir mucho mejor disfrutando de un jardín propio con sus variadas texturas, sonidos, olores y sabores; y si además se cuida personalmente de las plantas esto reconecta a quien lo hace “vital y espiritualmente” con la Tierra. Cómo señala Santiago Beruete: “La Tierra es un jardín en custodia que debemos legar, si no la situación no hará más que empeorar”.