Como ya señalé en alguna columna anterior, es responsabilidad directa del gobierno nacional, pensar, desarrollar e implantar coordinadamente con los gobiernos departamentales y municipales, políticas decididas que cambien el actual estado de deshumanización de nuestras ciudades, así como la atención y mejora de las condiciones de vida cotidiana de nuestros pueblos. Esas políticas deben extenderse a la participación de los diversos sectores políticos y sociales, los cuales, con certeza, estarían dispuestos a la participación, con su experiencia y conocimiento, en el éxito deseable en la implantación de esas iniciativas.
El estrés que deben soportar los ciudadanos habitantes de nuestras ciudades está muy por encima de lo razonable; el ruido, la contaminación, los trancones, la falta de una estructuración racional contemplando espacios verdes, peatonalización de calles, aseo y alumbrado adecuados, amplitud de andenes, accesos a los servicios para personas mayores o discapacitadas, hacen de nuestras ciudades una especie de infierno en la tierra que deshumaniza, altera y enferma nuestros espíritus y afecta severamente a nuestra salud física y mental.
Bajo la figura de que todos ponen tanto a nivel estatal como en los diversos sectores poblacionales y políticos es posible que, bajo el liderazgo del Director de Planeación Nacional, de las oficinas de planeación departamental, municipal y de los concejos municipales y con una firme e irrenunciable determinación contra la politiquería y la corrupción, esto sería posible.
Si bien es cierto que existen algunos esfuerzos aislados en municipios de Colombia, aún no tenemos un ejemplo claro que pueda suponer un norte a seguir y que permita mostrarse como ejemplo en materia de esfuerzos comunes a nivel estatal y donde la gente sea la prioridad, por encima de la cultura desaforada del vehículo, como elemento vertebrador de las ciudades en detrimento de la calidad de vida de los ciudadanos.
En ese urgente propósito de planificación, mejoramiento y renovación urbana, es muy importante el liderazgo de los alcaldes y concejos municipales, pero también los ejemplos de avances logrados en muchas ciudades y pueblos de Europa, Estados Unidos y Canadá, así como también los anhelos democráticos de millones de colombianos que actualmente residen en esos países.
Cabe resaltar que la humanización de ciudades y pueblos de Colombia, de entrada, contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas que habitan en ellos, sus niveles de seguridad y convivencia pacífica. Supone, además, un factor de valorización de sus propiedades y el estímulo del desarrollo integral de las diversas modalidades de turismo.
En esa perspectiva, invito a las Cámaras de Comercio que existen en las diversas ciudades de la región del Pacífico colombiano, empezando por la de Cali, como también a las diversas Cajas de Compensación y a las personas que hemos ocupado importantes cargos tanto en el sector público como privado, y que hoy nos encontramos pensionados, para que Unidos en la Diferencia trabajemos en favor de la urgente humanización de las ciudades y pueblos de la región del Pacífico colombiano.
En lo personal, reitero que con motivo de la realización de la COP 16 en Cali Colombia, sería importante que quedara un legado en favor de ciudades y pueblos más humanos y vivibles para la gente. No olvidemos que las oportunidades perdidas nunca vuelven.