¿Está usted de acuerdo con que los venezolanos vengan a delinquir a nuestro país?
La pregunta dejó tan sorprendida a la sicóloga venezolana Yareima Alfonso, que no contestó de inmediato, por lo que la periodista le repitió la pregunta, esta vez, con mayor ímpetu: ¡Contésteme!, ¿está usted de acuerdo con que los venezolanos vengan a delinquir a Colombia?
Yareima supuso que la chica era nueva en su oficio, o quizás tenía una predisposición frente al tema, entonces respondió con un ¡no!, y continuó hablando de lo que realmente le ocupa, como integrante de la Red de Mujeres Fénix, del centro Intégrate en Bucaramanga. Ella, quien en su país ejercía su profesión y era docente universitaria, hoy realiza terapias manuales para desbloquear emociones, en un spa. Dice que trata siempre de estar en lugares donde haya armonía para evitar situaciones como la narrada, pero que últimamente ha enfrentado episodios donde evidencia una xenofobia encubierta, como cuando una señora le hizo una observación y al finalizar le dijo “pero no la estoy discriminado por ser venezolana”. O cuando en una tienda alguien hablaba mal de los venezolanos y sin saber su nacionalidad le preguntaron qué opinaba, a lo que ella contestó: “Soy venezolana, pero la persona de la que usted habla, no me representa”.
En el mundo hay más de siete millones de migrantes de Venezuela, de los cuales el 85% está en América Latina y el Caribe. En Colombia son 2 millones 800 mil las personas que huyeron del vecino país y quienes hoy se ubican en el 97% de la geografía nacional, según datos de Usaid. Esta semana, se reportó la muerte de diez migrantes ahogados en el Darién, ese lugar por el que cientos de personas, muchas de ellas venezolanas, transitan, jugándose la vida, en busca de un nuevo hogar.
En los meses recientes he escuchado decenas de voces de quienes salieron de Venezuela y hoy se encuentran en ciudades como Cali, Medellín, Bucaramanga, Cúcuta, Barranquilla y Bogotá. Voces que narran, para bien, cómo los tiempos más difíciles, de señalamientos y prejuicios, quizás hayan pasado, pero que a la vez reflejan que persisten estigmas, de quienes asumen que los venezolanos vinieron a Colombia a delinquir, a lo que bien vale la pena precisar que, de todo ese universo migrante, menos de un 2% ha sido protagonista de delitos en Colombia y ese es un dato oficial.
Yareima, por ejemplo, cuenta que en la localidad en que vive una tendera le confesó que los negocios del sector decidieron no venderles a personas venezolanas. La tendera no estuvo de acuerdo, porque sabe que ese 2% de hechos negativos se propagan como una explosión, mientras que la mayoría de migrantes hoy reconstruyen su vida con trabajo y esfuerzo. No podemos desconocer la realidad, pero sí bajarle al escándalo, conocer las cifras, y no generalizar, cuando tantas veces hemos sido víctimas de señalamientos por haber nacido en Colombia.
Son muchos los esfuerzos que desde distintas orillas se adelantan para combatir la ‘venezofobia’, para entender la migración; para que las empresas la vean como una oportunidad, que de hecho lo es; para que los datos desvirtúen las mentiras y para que cambie la narrativa que acusa, señala y divide. Por fortuna, han dado frutos, y el estigma disminuye, pero aún falta mucho por hacer.
Hoy, cuando el mundo pone sus ojos sobre las elecciones venezolanas, en la que Nicolás Maduro se enfrenta a Edmundo González, tras 25 años del chavismo en el poder --con la antesala de expresidentes, políticos y periodistas devueltos a sus países para no ser testigos del proceso en las urnas— invito a pensar en Yareima, Carlos, Andrea, Cristian y tantas personas que se fueron de su país, dejando todo lo que amaban atrás. Y que la empatía y la humanidad abriguen nuestros actos, antes que la discriminación y la xenofobia. @pagope