A juzgar por los titulares, si hubiere preocupación en Colombia y sus regiones sobre su competitividad, esta debiera desvanecerse. “Valle del Cauca mejora en materia de competitividad”, reza el de El País, en Cali. Y, a nivel nacional, El Tiempo nos informa que “Pese a caída en eficiencia del Gobierno, Colombia se recupera en competitividad”, mientras que La República nos hace saber que “Colombia ascendió una posición en el ranking de competitividad del IMD para 2024″.
Puestos en español, estos titulares nos cuentan que el Valle ocupa un impresionante tercer puesto regional (adelante de Guainía, Amazonas y otras regiones) en un país que ocupa el puesto 57 entre 67 estudiados, por encima, probablemente, de Burundi y Burkina Faso. Esta vez, nadie podrá acusar a los periódicos de titular negativamente las noticias. La verdad es que la competitividad colombiana ni es buena ni mejora.
En tan solo uno de los aspectos calificados en el ranking descuella Colombia: solamente seis países la superan en el renglón de precios. Esto no es menor porque en este renglón del ranking se comparan los precios de productos o servicios similares y se determinan los países que ofrecen la mejor relación calidad-precio. Sin embargo, este renglón solo no es suficiente para hacer a un país realmente competitivo.
Nos comportamos razonablemente en el renglón de prácticas de gerencia, requisito virtualmente indispensable para ser verdaderamente competitivos, en el que alcanzamos a rozar el tercio superior de los países calificados. Y pare de contar. Nuestro siguiente desempeño está en el renglón de inversión internacional, que en nuestro caso nace mucho más de nuestros abundantes recursos naturales que de nuestra desvencijada institucionalidad, en el cual llegamos casi a la mitad de la lista. De ahí en adelante: ¡Catástrofe!
En lo que respecta al marco empresarial, es imposible tener un desempeño peor. En marco societario, economía interna y legislación de negocios, nos superan todos. Son más de sesenta los países que nos superan en aspectos financieros, empleo, comercio internacional y marco institucional. De hecho, pareciera sorprendente que aquí pueda haber vida empresarial.
Y ni qué hablar de bienes públicos. Desde la política de impuestos, donde clasificamos en el cuartil inferior, hasta la infraestructura científica o la tecnológica, en las que nos superan más de 50 países, Colombia carece de la capacidad competitiva que el mundo actual requiere, con el agravante de que nada real se está haciendo para subsanar estas deficiencias.
Pero la tapa es la educación, renglón en el cual a duras penas superamos a siete de los 67 países. Esta posición, fruto de una política educativa de muchos años, que en buena medida se pretendía profundizar con la recientemente abortada ley estatutaria, además de bloquear nuestra competitividad refleja una filosofía del desarrollo de nuestros compatriotas francamente inhumana. Sin educación, no podrán mejorar su futuro.
Debe llegar el momento, en algún gobierno, en que se vuelva una política de estado mejorar la competitividad del país, empezando por los temas que más claramente apoyan el desarrollo ciudadano. Es triste que el único aporte que ha recibido recientemente nuestra competitividad ha sido el hundimiento de la ley que pretendía prohibir el experimento del ‘fracking’, con la cual se buscaba reducirla aún más.