En estos días me he preguntado de manera repetitiva qué puede estar pasando por la cabeza de los ciudadanos con tantas noticias y anuncios nacionales.
Algunos creerán que las encuestas que, entre muchos asuntos, también miden la favorabilidad, pueden ser un buen termómetro. Lo cierto es que podría ser una aproximación válida, pero lo mejor —aunque no sea una muestra representativa— son las conversaciones espontáneas callejeras. La semana pasada tuve una con un taxista capitalino, otra con una tendera caleña y la última fue con mi peluquera, que hace días no visitaba.
De estas conversaciones amables puedo recoger una conclusión que los agrupa a todos: la preocupación por su futuro económico. El taxista aseguraba que sus viajes habían disminuido y que el costo de la gasolina lo tenía asfixiado. La tendera decía que las ventas estaban cayendo, que la situación ya venía dura y que ahora le habían montado cerca uno de esos pequeños supermercados que están abriendo por todo lado, con unos descuentos “muy bravos”. Mi peluquera me contó que la clientela había bajado, pero no supo darme los porqués.
Todos me hablaron de la reforma a la salud, me decían que les preocupaba que, si había cambios, la atención se fuese a demorar más. Reconocían que la atención era lenta hoy en día, pero les preocupaba sobremanera la posibilidad de que fuese a empeorar. De la pensional ninguno dijo ni mu, y yo, francamente, tampoco les pregunté.
Todos me contaron que el costo de las cosas no bajaba y que, a pesar de eso, la familia estaba bien.
Para mi sorpresa no me hablaron de las últimas noticias; no me mencionaron la constituyente, no me hablaron de carrotanques, no mencionaron el fallo de la Corte Constitucional que tumbó la creación del Ministerio de la Igualdad o el del Consejo de Estado que le quitó la personería jurídica al partido En Marcha, o del que se la quitó al partido del alcalde de Medellín, Creemos. No me hablaron de la reforma laboral, no dijeron nada sobre la investigación del CNE a la campaña del presidente Petro, ni del “golpe blando”.
Realmente —y tengo que ser franco—, lo que me sorprendió fue que los ciudadanos no realizaran mención alguna sobre la coyuntura nacional que tanto se discute hoy en día en todos los medios, redes y corrillos sociales. No podría decir que no les preocupe, pero no fue el centro de la conversación, como yo esperaba.
Tal vez si yo hubiese inducido el diálogo hacia esos asuntos ellos se hubieran explayado en comentarios y probablemente alguno de ellos hubiese podido manifestar su temor por un quiebre institucional; alguno pudo haber comentado la preocupación por la posibilidad de que el presidente se quede “hasta que el pueblo diga”, alguno quizá pudo decir que tantas reformas y cambios son los que están generando incertidumbre y que esta no es buena para la economía… pero no lo dijeron.
La complejidad de la problemática nacional, y su coyuntura, seguro ronda la cabeza de todos, pero a un número importante de ciudadanos —así suene obvio— lo que los desvela está más en su día a día. Su incertidumbre no pasa por la pregunta de para dónde va el país, así eso sea lo que determine su día a día futuro; su incertidumbre está más asociada a si entran más peludos a la peluquería, si se suben más pasajeros al taxi o si entran más clientes a la tienda.
Y esa incertidumbre es la que tal vez todos vivimos.