Semanas atrás, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, Luis Díaz vació las gargantas y corazones de miles de colombianos con un par de goles que fueron la mejor manera de cerrar definitivamente ese penoso y vergonzoso capítulo que fue el secuestro de su padre. La libertad, el agradecimiento, incluso el perdón, se resumieron en ese grito de gol. La pequeñez y vileza de un crimen fueron borradas con la majestuosidad de la alegría por un triunfo deportivo en nombre de un país.
Gritar, corear, como método de expresión, como terapia para dejar salir eso que nos agobia, para expiar culpas o para manifestar perdones.
Y mientras tanto, otro coro se tomaba las graderías. No tan unísono como los de los goles de Díaz, no tan del alma, pero también para resumir sentimientos. Un coro que sonó ese día en ese estadio y luego otros días y en otros estadios, en otros lugares.
El coro hizo sacar risas, claro, pero llantos también. Fueron dos palabras que vienen calando y siendo bastante publicitadas. Y vale la pena pensar si estamos ante un coro celestial que viene saliendo de las alturas y por gracia divina, o si más bien son gracias terrenales que simulan hastío.
¿Le hace daño a Petro realmente que le griten “fuera” en los estadios y en las fiestas de matrimonio? ¿Acaso no lo victimiza un poco más? ¿A quién beneficia que se cree el ambiente para desestabilizar un gobierno? ¿Por dónde le entra el agua al coco y por dónde la pepa al aguacate? Si un vampiro muerde a un zombi, ¿se convierte en zombi el vampiro o el vampiro en zombi?
Bien conocido es el término ‘cortina de humo’ y su implementación. Y bien conocemos nosotros los colombianos que la clase dirigente tiende a tener mucha creatividad para entretenernos a diario y reinventar sus tragedias (que son las nuestras a la larga) a partir de un frecuente régimen del humo. Que ya nos conocemos los puentes donde no hay río y los trenes aéreos que conectarán las costas… que ya nos prometieron que todos conoceríamos el mar como plan de gobierno.
Los gritos contra el gobierno, esos que buscan atacar al gobierno, terminan siendo es la forma en que unos se preparan para atacar y otros para hacerse las víctimas.
Ojo entonces con lo gracioso que pueda ser el aupar más ‘coros celestiales’ o con seguir a ojo cerrado y sonrisa en rostro los cantos de sirena. Los unos hacen que las cabezas se muevan en sincronía al ritmo del dembow antipetrista y los otros lo que hacen es permitir que los de arriba sigan siendo los de arriba y haciendo lo que siempre hacen los de arriba, así hayan venido de abajo.
Vale la pena exigir desde las urnas y desde la representación democrática y las instituciones. Sí que lo vale. Lo que no vale es dejarse mangonear de un lado u otro solo con emociones que nos exasperan y tapan lo que realmente se hace o discute alrededor del futuro del país.
Mientras tanto, bien vale recordar la frase de Bob Dylan: “No hay nada tan estable como el cambio”.