Con este título, hace 50 años, el sociólogo alemán Jürgen Habermas publicó un importante libro que se refería a una crisis estructural ‘del capitalismo tardío’ que se manifestaba desde entonces de diversas formas en sociedades particulares. La crisis, sistémica en su opinión, no se limita al subsistema político. Es una crisis de ‘legitimidad’ que pone el énfasis en el conjunto de la sociedad y en la credibilidad que los actores colectivos le asignan a las instituciones.

Habermas recupera así la importancia de ‘lo social’, al lado de ‘lo político’. Los eventos y movimientos políticos deben entenderse en su relación con los determinantes sociales subyacentes. De allí, la importancia que Habermas le asigna a la ciudadanía y a su forma de representarse políticamente en formas de democracia que pretenden legitimidad, concepto fundamental, inicialmente elaborado por Max Weber hace más de 100 años.

Después de medio siglo, han sucedido cambios radicales y se han producido todo tipo de teorías sociales interpretando la historia contemporánea. Hay que reconocer que el ‘capitalismo tardío’ ha cambiado, pero subsiste y parece perdurar aún más en el tiempo. También que la legitimidad de las instituciones sigue siendo un problema sociológico central para explicar el conflicto y que hoy vivimos una gran incertidumbre en torno a lo que nos espera en el futuro.

La digresión conceptual anterior se me ha reavivado con los hechos ocurridos en Venezuela. Hay argumentos contundentes sobre el fraude y el manejo totalitario del régimen ejercido por Maduro desde antes de las elecciones. Pero el problema no es solamente el conflicto entre los grupos políticos gobiernistas y la oposición, liderada por Corina Machado y por Edmundo González, vencedor en las elecciones.

De manera muy significativa, en el conflicto se han vinculado y manifestado los más diversos sectores de la sociedad venezolana, los de arriba y los de abajo, a lo largo y ancho de la geografía nacional, sectores que consideran que han sido traicionados, repetidamente en el tiempo, en sus expectativas políticas por el régimen de Maduro que ha perdido legitimidad y se sostiene abiertamente por la fuerza física. La sociedad venezolana ha hecho presencia, más allá de sus organizaciones políticas de adscripción y referencia. Su sentimiento es de desaprobación del régimen y este sentimiento no va a cambiar, así Maduro continúe posesionado del aparato estatal.

Es notable también la opinión internacional de gobiernos, de ciudadanos en diversas partes del mundo y de grupos expertos en elecciones como el Centro Carter. El fraude parece evidente para la comunidad internacional, incluso a partir de argumentos matemáticos sobre la falsedad en el conteo de los votos hecho y divulgado por el CNE. Los países que adhieren a Maduro lo hacen por razones geo-estratégicas y de solidaridad entre regímenes totalitarios.

Pero, el grueso de las naciones y de la opinión pública internacional desaprueba lo que sucede en Venezuela y, a su manera, también le quitan legitimidad al régimen. Brasil, México y Colombia han jugado una carta intermedia que pide claridad en la votación y una transición pacífica que permita la consolidación de la democracia venezolana. Es fundamental que Colombia no flaquee en este propósito, ya que puede terminar fortaleciendo a la hoy oposición colombiana y llevar al fracaso a un gobierno que debe probar, con los hechos, que defiende la democracia y su precaria legitimidad, concretamente con la alternancia en el poder. Si no lo hace, perderá legitimidad y solo se podrá sostener por la fuerza. Reitero, detrás del juego político está la sociedad colombiana que requiere inclusión, desarrollo sustentable y en paz.