Los videos son aterradores. En las funerarias respectivas decenas de jóvenes invaden las salas de velación, poniendo sus armas de fuego, cuchillos y piedras sobre los ataúdes.

En diferentes salas se velan cuerpos de jóvenes asesinados días antes en el deportivo de Pízamos III y en Potrero Grande. Resultado de los ‘güireos’.

Los videos continúan, caravanas de buses y motos acompañan sus respectivas víctimas. En cada cementerio tiros al aire, gritos de venganza, música. El cura de uno de los cementerios, espantado, acabó súbitamente la misa ante la invasión de muchachos aullando a la capilla. Mientras sepultan los cuerpos de estos adolescentes resuenan los balazos.

Toda esta violencia empezó como un juego hace años. Los menores de edad, después de la escuela, se reunían en los polideportivos de sus comunas. Petecuy, Pízamos, Llano Grande, Potrero Grande, tipo seis de la tarde a ‘jugar a la violencia’, botando adrenalina acumulada para romper las reglas, tirándose unos a otros pepitas de almendra.

Este ‘juego’ se llamó güireo, tomando el nombre de la guaracha electrónica y sus tambores. También se llama ‘chacaleo’. Por aquello del peligro que significan los chacales y sus misteriosos.

Al comienzo, sin consecuencias. Con el tiempo este ‘pasatiempo’ fue creciendo en violencia, como una bola de nieve que se convierte en alud, inmanejable, incontrolable. Las citas son por la noche. Horarios puntuales 6:00, 8:00, 10:00 p.m. Las citas se hacen por las redes sociales, se magnifica el espectáculo, se combina con microtráfico, música ensordecedora, ya no son pepitas de almendras, palos, armas de fuego, puñales, piedras, machetes, todo es válido.

De pronto no están ‘güireando’, sino jugando fútbol, cuando aparecen de otro barrio y comienza el despelote. Muertos y muertos, adolescentes terminando sus vidas sin haber empezado a vivirlas.

Los cuadrantes de Policía no pueden hacer nada. Son atacados a pedradas y como son menores de edad, pues están impunes, si hay muertos no pueden actuar hasta que no aparezca el ICBF si es que aparece, luego los cuerpos a Medicina Legal. Entrega a los familiares, velaciones con disparos y grupos, entierros idem, familias destruidas, madres inconsolables, deseos de venganza, dolor e impotencia.

Es fácil buscar culpables, que si la ausencia de los padres, que si violencia intrafamiliar, que si indiferencia de las autoridades, que faltan acciones, que nadie dice nada.

Vuelvo a leer apartes de un libro de Biblioghetto, testimonios escritos por los mismos jóvenes del barrio Petecuy, en que relatan cómo le bajaron el tono a la violencia, ayudados por lecturas, donde encontraron nuevas alternativas y horizontes.

Güireo, chacaleo, polideportivos, adrenalina, hormonas, deseos de ‘ser’ reconocidos, ‘existir’, coctel complejo, bombas de tiempo. También oportunidades para dar oportunidades y vernos en ‘el otro’. Retos de la Administración Municipal y de la ciudadanía indiferente. La que no es vecina a estas zonas, la que señala con el dedo, pero no hace nada. Como si se tratara de soplar y hacer botellas.

O nos involucramos todos en estas problemáticas de la ciudad o todos somos responsables de lo que sucede. Tenemos la obligación de poner nuestro grano de arena. No más güireos. No más velatorios con pistolas y gritos, no más entierros acompañados de balazos, no más vidas segadas.

Sí existen alternativas, sí existen programas, pero no dan abasto. Todo se inició muchos años atrás cuando se edificaron esas jaulas ardientes mal llamadas de ‘interés social’, donde acomodaron familias numerosas en la que propietarios de esas tierras hicieron su agosto, escarben y sabrán el origen. Estos güireos no salieron de la nada, tuvieron años de gestación, averigüen quiénes fueron los ‘parteros’. No fue el BigBang.