¿Recuerdan que al comienzo de este gobierno se habló de que el turismo iba a ser la redención de muchos lugares de este despelotado país?

Incluso se aseguró que el Cauca y Popayán iban a tener en este renglón de la economía una importante inyección para hacerles conocer nacional e internacionalmente, máxime contando con una vicepresidente de esos lares, que alcanzó a dar declaraciones refrendadas con promesas y más promesas.

Pasados dos años, ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario: el turismo hacia Popayán y el Cauca se vino a pique, está en cuidados intensivos con pronóstico reservado y me atrevo a apostar que la pasada Semana Santa fue la última que revistió una masiva asistencia y que el próximo Congreso Gastronómico no tendrá el público que necesita para llegar al menos al punto de equilibrio.

Y estas cosas hay que decirlas porque la situación ha llegado a un límite catastrófico para esta industria sin chimeneas, porque la verdad es que el turismo hacia estos lugares, ‘san se acabó’.

La Carretera Panamericana está, cuando no bloqueada -lo cual sucede hasta tres veces a la semana-, convertida en un escenario de tomas y sangrientas batallas a orillas de la vía, amén del estallido de las bombas y los drones teledirigidos hacia las estaciones de Policía ubicadas allí para, supuestamente, proteger a quienes circulan por ella e incluso contra la población civil que termina con sus casas destruidas por las explosiones.

Si bien para quienes necesariamente tienen que tomar esta vía por razones laborales, resulta peligroso y suicida circular a cualquier hora y deben esperar pacientemente la apertura de la carretera, no sucede lo mismo con los que desean pasar unos días de descanso o conocer y disfrutar un fin de semana en la Ciudad Blanca, preñada de historia en sus calles empedradas, sus casas solariegas, sus románticos atardeceres con la complicidad del sol de los venados o sus inolvidables amaneceres contemplando la majestuosidad de los nevados y el Volcán de Puracé.

Y si creen que exagero, entérense de la situación de los hoteles en Popayán: el Monasterio, bellísima edificación en cualquier parte del mundo, el Camino Real, famoso por si exquisita comida, La Plazuela, emblemático y familiar y San Martín, moderno y novedoso, están con deficitarias ocupaciones por debajo del 40%.

¿Correrán la misma suerte que los hoteles de Silvia y Coconuco cerrados en la presente semana y eso con papa rico (Comfandi)?

Pero hay más: los termales de Aguatibia, yendo para Paletará, si no son adquiridos por los cabildos indígenas o por el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), que tiene más plata que los ladrones, están que no pueden más.

Entonces, ¿esta puñalada trapera contra el turismo hacia el Cauca y Popayán es una exageración de quien estas líneas escribe?

***

Posdata. Yo hablo bien de Cali, ¿y tú?