El lugar común, luego de la victoria de Alejandro Eder, ha sido el llamado, desde distintos sectores, a unir esta ciudad dividida y polarizada. No solo nadie se ha expresado en sentido contrario, sino que las voces de apoyo han provenido, por ejemplo, del propio Roberto Ortiz, el candidato segundo en votación y quien ocupará un lugar relevante en el concejo municipal, quizás haciendo una oposición constructiva.

Así que es muy importante que el nuevo mandatario, quienes le acompañan y serán su equipo de gobierno, estén decididamente comprometidos con la reconciliación de Cali.

Se entiende que se trata también de una tarea colectiva, nada fácil de concretar, que requiere la disposición de distintos sectores de la sociedad para hacerla posible; porque la tarea de superar las fracturas de años de desencuentro, enfrentamientos políticos, exclusiones y desigualdad social, no se van a resolver con un decreto o las solas expresiones de buena voluntad.

Sobre el compromiso del señor Alcalde electo de “reconciliar a Cali”, y su buen recibo entre diferentes sectores, hay que solicitarle, respetuosamente, más concreción. Esto es: ¿Cuándo? ¿Cómo? Y más exactamente, ¿entre quiénes?

Los días por venir para la nueva administración no serán nada fáciles. Deberá sortear, entre muchas otras cosas, el asunto de unas finanzas prácticamente agotadas por los compromisos financieros ya adquiridos para el pago de ‘vigencias futuras’; un clima nada favorable (en principio) en la relación con el Gobierno Nacional y la larga lista de  desafíos propios del desarrollo y el devenir de la ciudad, como los temas sociales, de infraestructura y de seguridad, entre tantos otros.

La seguridad aflora en la voz del alcalde electo como su máxima prioridad. Y se entiende que eso sea así porque se compadece con la zozobra diaria de los ciudadanos frente a diverso tipo de actividades delictivas que hoy azotan la ciudad; y muy cerca está la sensación de caos, desorden y falta de autoridad, bastante extendida a distintos ámbitos de la vida en comunidad. En correspondencia con esa situación, Alejandro Eder ha dicho que su primer acto de gobierno será encabezar un Consejo de Seguridad.

Varios pensamos, sin embargo, que esa no es realmente la prioridad de esta ciudad. El principal problema de Cali es su fractura, sus antagonismos y la polarización que se hicieron particularmente evidentes durante el llamado estallido social. Es la ciudad dividida simbólicamente entre el monumento a Sebastián de Belalcázar y el de la ‘resistencia’ o las posturas encontradas sobre los murales elaborados en la Calle 5 con la Avenida Colombia.

Así que restaurar la salud colectiva (confianza) afectada por esas profundas heridas debiera ser el comienzo de la administración a través de un gran Acuerdo por Cali.

Ese acuerdo o pacto es una necesidad y sería deseable que el nuevo alcalde se anime a construirlo, incluso antes de que tome posesión del cargo, mediante un diálogo franco, respetuoso y útil con diversos sectores, incluyendo los que se movilizaron durante el Paro Nacional y quienes se asume serán o podrán llegar a ser la oposición a su gobierno.

Se trata de un acuerdo sobre mínimos comunes, no una sustitución del programa de gobierno que ganó legítimamente en las urnas, pero en todo caso una tarea absolutamente necesaria para la ciudad.

¿A dónde puede conducir este Acuerdo por Cali? A muchos escenarios virtuosos, por supuesto, como la construcción del Plan de Desarrollo, el trámite de un nuevo POT, los presupuestos de inversión y, muy especialmente, la construcción de la Visión Compartida Cali 500 años.

Y por qué no, a la conformación de un gabinete municipal, diverso e incluyente.