“Somos las mujeres cuidadoras de vida; somos las mujeres que cuidamos el medio ambiente; somos las mujeres que damos la vida... Quiero que las mujeres cuidemos de nosotras mismas; nos ayudemos para seguir aportando”. Quien habla es Luz Marina Ardila, una de las 56 vallecaucanas que esta semana se juntaron en la Biblioteca Departamental, para darle las primeras pinceladas a un manifiesto del cuidado.
Vinieron de distintos rincones urbanos y rurales, con sus apuntes y sus ideas a flor de labios y de piel, para demostrar de qué están hechas, para compartir todo eso que las construye y las hace valiosas; para enseñarnos la esencia de quien cuida, no solo de los suyos, sino de su comunidad. Sus discursos tienen tal fuerza, que escucharlas en cada frase, en cada canto, es una inspiración y un respiro para el alma.
“Como parteras generamos el cuidado a través de nuestros espacios sagrados, donde la comunidad se encuentra. Ese lugar donde generamos cultivos, con la siembra de plantas tradicionales para nuestra soberanía alimentaria y el cuidado de la medicina ancestral. Una casa donde la espiritualidad hace parte de nuestra memoria, nuestras costumbres de autocuidado y cuidado mutuo. Somos guardianas de la vida”.
Liceth Quiñones es la directora de la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico, Asoparupa. Sus palabras reflejan el sentir de cientos de mujeres de nuestro litoral, que conservan y vigilan la partería, llena de cuidado, desde la concepción hasta el nacimiento y mucho más. Sostienen a las mujeres para que luego de dar a luz no caigan en depresiones. Transmiten su tradición de generación en generación.
Rina Morales es una migrante venezolana, que cuida a través de los comedores comunitarios, esos que en ocasiones pasan tantos trabajos por falta de recursos que les permitan la subsistencia. También vela por sus coterráneos, por su familia y su rincón vital. “Pensar en los cuidados nos remite necesariamente a la transformación de nuestro sistemas sociales y políticos. Esa transformación puede ser posible, en tanto el cuidado sea reconocido como un derecho, y esto implica que sea garantizado en varias dimensiones no solo en los escenarios de la familia, sino en escenarios comunitarios y sociales, garantizados por el Estado”, dice.
Todas ellas, tan llenas de poesía y sabiduría, le ponen rostro a un tema que este año estuvo en el centro de la agenda de género en Colombia, en el mundo: la economía del cuidado, los sistemas de cuidado, ese trabajo no remunerado y en muchas ocasiones subestimado, que implica miles de esfuerzos, miles de horas, y que se estima en un 20% del Producto Interno Bruto de un país como el nuestro.
Hay múltiples voces que hoy hablan del cuidado, pero escuchar a las cuidadoras es la mejor manera de entender todo lo que implica en la sociedad y de cuán importante es que los gobiernos y la sociedad comprendan que sin él no es posible la vida en toda su dimensión, porque el cuidado es el trabajo que hace posible todos los demás. Que no quepa duda de ello. Y que haya muchas más oportunidades para aprender de ellas, para reivindicarlas, como este ‘Primer encuentro para la construcción colectiva del manifiesto de los cuidados de las mujeres vallecaucanas’, organizado por Ayuda en Acción, USAID, la Fundación WWB Colombia, el Programa Mundial de Alimentos, el Observatorio para la Equidad de las Mujeres y la Universidad Icesi. Cuidadoras, ¡gracias por tanto!
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