Hay que celebrar que la humanidad haga cumbres. Se reúnen delegados de distintos países para tratar de ponerse de acuerdo en un tema. Es una etapa muy superior a la estupidez de las guerras, que es como solían dirimir las diferencias las naciones.
Los funcionarios, usualmente conocedores del tema, exponen, discuten, ‘viatican’, pasean y suelen lograr una declaración que resuelve un conflicto o sienta las bases para que una política se comparta e inclusive se vuelva universal.
Por ese mecanismo se han creado múltiples organismos internacionales que discuten asuntos políticos, económicos, de solidaridad, de agricultura y alimentos, de prevención y atención de desastres y mil temas más. Gracias a esos organismos y a algunas cumbres, se han logrado acuerdos que han permitido que la humanidad progrese a un ritmo nunca antes visto.
Pero así como hay enormes logros, se arman cumbres que parecieran diseñadas para tomar fotos con banderas, darse abrazos, disfrutar banquetes y cantar himnos.
Cuando se lee lo que lograron, parece tan soso que cabe la pregunta: ¿Había que reunirse para salir con semejante sarta de tonterías? Ciertamente, las podían decir, o seguir diciendo, sin necesidad de cumbres.
La reciente cumbre antidrogas de Cali, en la que se abrazaron con tanto cariño AMLO y Petro, cae en esta categoría. Veamos:
“Entre las causas estructurales del narcotráfico está la pobreza y la violencia”. Cuando todos creíamos que es con plata que se compran las drogas y es la ambición por dinero la que genera violencia.
Se reconoce “el valor de las convenciones internacionales” que establecen luchar contra las drogas, pero se reconoce el “fracaso de la guerra contra las drogas” por lo que hay que “abordar un nuevo paradigma”, pero “hay que romper los nefastos vínculos entre el tráfico y la delincuencia organizada”. En qué quedamos: se combate o se baila con la droga.
El cuento de la ‘guerra perdida’ usa una analogía tan majadera como diseminada. Las guerras son entre ejércitos y cuando uno gana, el otro pierde y dejan de pelear y allí sí, hay un bando que puede decir que ‘perdió la guerra’. Pero la lucha contra el crimen no es una ‘guerra’ que se gane o se pierda. Se combate porque el delito, la violencia y el consumo le hacen mucho daño a la sociedad. Si se combate, se reduce. Si se deja de combatir, florece, que es lo que está pasando desde que estamos estrenando cambio.
La misma absurda analogía se podría usar para todo. Abandonemos la educación porque la guerra contra la ignorancia se perdió. No distribuimos alimentos porque la guerra contra el hambre se perdió. Cerramos los hospitales porque la guerra con la enfermedad se perdió. Vaciamos las cárceles porque la guerra contra el delito se perdió. Acabemos con la riqueza porque la guerra contra la desigualdad se perdió. Prohibamos las Iglesias porque la guerra contra el mal se perdió. Y así, hasta el infinito de la tontería.
Hay otras perlas como “cuidar el medio ambiente, porque las anfetaminas generan residuos químicos”, pero los campesinos y procesadores de coca “son trabajadores en busca de oportunidades”.
Tiene mucho mérito reunir un grupo que resuma en 10 puntos, tantas y tan pretenciosas sandeces.