El negro tocó nuestra alma mucho antes de irlo a recoger el pasado julio a Medellín. Todo ocurrió semanas antes, cuando me encontraba en la oficina y Viviana, mi compañera de vida, me envió una foto de él publicada por una fundación de animales, una imagen que hoy en día nos genera nostalgia y felicidad.
En la fotografía, el negro aparece con un collar zapote y una mirada de ángel extraviado difícil de olvidar. La publicación tenía escrita una leyenda que decía: “A este amigo le falta una patica, pero no imaginan la dulzura de hombre que es”.
Hacía unos meses, cuando Viviana y yo empezamos a conocernos, hubo algo que nos conectó y eso fue el amor por los perros. En nuestras casas familiares cada uno había tenido la oportunidad de entregarse a ese amor puro y peludo, pero viviendo juntos, pensábamos que era hora de estrenarnos como familia abriéndole las puertas de nuestro apartamento a uno.
Entonces vimos su foto, y fue amor a primera vista, no solo por la ternura de su expresión, sino por la historia que había detrás de él. En la fundación – ubicada a las afueras de Medellín – nos contaron que el negro había sido rescatado en las playas de Coveñas, donde lo encontraron en los huesos, con varias infecciones y su patita derecha destrozada.
Esta fundación, llamada Danino, no solo corrió con los gastos de su traslado hacia Medellín, sino que se encargó de cubrir la amputación de su pata, y de hacerse cargo del tratamiento de una peritonitis y una parvovirosis que casi terminan con su vida. “Este man es un guerrero, no se imaginan las ganas de vivir que tiene”, nos dijo uno de los dueños luego de entregárnoslo en el aeropuerto de Rionegro con algunas lágrimas.
Por su condición y su historia, los fundadores de Danino creían que el nuevo integrante de nuestra familia era un perro inadoptable. “La gente casi siempre pregunta por los cachorritos que se ven bonitos”, nos dijeron.
En Colombia, la realidad para perros como el negro es dura. Según estadísticas de la Universidad de la Salle, en nuestro país cerca de un millón de perros deambulan por las calles, mientras que 2000 están en fundaciones u hogares de paso esperando una oportunidad. Solo en Cali habría unos 53.000 caninos callejeros, es decir, casi 4,3 animales abandonados por manzana.
Cuando el negro pisó nuestro apartamento, no solamente él comenzó una nueva, sino también nosotros. Nuestra primera misión fue recuperar con paciencia el brillo de su mirada. Recuerdo que en los primeros días era tímido, se tiraba de la cama cuando lo subíamos y a menudo agachaba la cabeza. Tardó, además, cinco días en ladrar por primera vez en su nuevo hogar.
Ocho meses después, resulta increíble ver la magia de su proceso. El negro no solo recuperó peso (de 16 kilos pasó 30), sino que se convirtió en nuestro despertador, nuestro amigo y nuestro ejemplo más grande, porque, aunque le falte una patica, le sobra alma para correr y afrontar la vida.
La otra noche, hace poco, se trepó a la cama y se metió a dormir entre nosotros. Todavía no sabemos cómo explicar por qué quiso hacerlo. Solo sé que ambos fuimos felices escuchando como el negro le daba golpes al colchón con su cola, como diciendo: aquí también me siento parte de ustedes.
Estas líneas no se tratan de persuadirlo para que adopte. Pero lo que sí es seguro es que, si en algún momento de su vida quiere darse la oportunidad de vivir algo especial, déjese conquistar por esos seres hermosos que hablan un único lenguaje, el del amor.