Con los años, que no vienen solos, los humanos empiezan a tener comportamientos algo exóticos, por decir lo menos, y he querido referirme a algunas actuaciones solicitándoles el favor de ayudarme a completar lo que podría ser un ‘tratado de manías’ que, como todos los resabios, finalmente no ayudan a mejorar la vida.

Por ejemplo, un buen amigo ya fallecido, con un eterno noviazgo de más de 15 años y atendiendo el clamor de su amada, decidió pasar con ella un fin de semana de prueba para luego de ese experimento decidir si la llevaba al altar o seguían el uno aquí y la otra allá.

Pasados esos días, nos reunimos con él para preguntarle cómo le había ido. Y oh sorpresa, desilusión total. Y su explicación fue que no podría casarse con una mujer que oprimía el tubo de la pasta dentífrica por la mitad. De ahí se prendió y no hubo nada que hacer. Murió célibe.

Otro amigo, también fallecido, antes de tomarse un aguardiente, que fuera su trago favorito, aspiraba profundamente su olor antes de proceder a la ingesta inmediata. De no ser así, aseguraba que no se lo recibía el cuerpo.

Alguien muy cercano siempre pide el sancocho-necio, que consiste en que le sirvan por separado el caldo sin nada de yuca o plátano adentro y que la presa -que no puede ser pechuga- vaya desmenuzada en un plato grande con tres, óigase bien, tres choclos carnudos, medio aguacate y un limón, no partido en cuatro, sino por la mitad.

Y de manera similar también pide los fríjoles, que le deben traer en dos cazuelas: en una el caldo y en otra las pepas, todo acompañado y aparte de un medio aguacate, arroz y un chicharrón de ocho puestos que no esté ni muy tostado ni muy grasoso. De lo contrario los devuelve hasta que se los sirvan como los ha pedido.

Por ahí tengo un conocido obsesionado con el peso, y se sube a la balanza hasta seis veces al día, anotando minuciosamente en un cuaderno el resultado, que le indica que si ha ganado, aunque sea una libra, debe de inmediato cerrar el pico para no pasar de los 80 kilos.

Y como es diabético, anda chuzándose obsesivamente los dedos con ese aparato medidor que lleva a todas partes y se saca sangre hasta en una primera comunión o en un velorio al lado del muerto.

“O ponen música o conversamos, porque las dos cosas al tiempo no las resisto”, sentencia otro necio, que cuando no es complacido, desespera a todo el mundo con el insoportable: ¿Qué queee? Y como además es microbiano, duerme solo y medio asfixiado con un tapabocas que estrena todas las noches.

Cuando alguna fémina osa acompañarlo, esta debe previamente desinfectarse y mostrarle al menos cuatro pruebas negativas de covid, la última con no más de una semana de antelación.

Hay quienes solo pueden “dar del cuerpo” en un determinado inodoro, preferencialmente en el de sus casas, porque si no quedan mal defecados.

Ignoro qué hacen cuando se van de viaje. ¿Será que se llevan el retrete? Así como otros y otras andan con la almohada bajo el brazo, incluso cuando van a dormir en sus propias casas de campo.

¿Y qué me dicen de aquellos que solo pueden conciliar el sueño con el televisor prendido o con una luz encendida o en total y absoluta oscuridad?

Definitivamente, nos vamos llenando de chocheras, resabios, mañas y manías. ¿Cuáles son las suyas?