De entre las ruinas y las cenizas de una antigua sucursal bancaria surgió una de las más importantes iniciativas de paz de Cali, que se está proponiendo decididamente a aportar a la transformación pacífica, pero incluyente de la ciudad. Se trata del Centro de Paz Urbana de la Arquidiócesis de Cali, ubicado en el Barrio San Fernando, sobre la Calle Quinta, a pocos metros de la Iglesia San Fernando Rey.
Es una experiencia notable a la que concurren de distintas maneras varios proyectos de la Iglesia Católica (Pastoral Social, Desarrollo Humano Integral, Reconciliación), pero sobre todo, víctimas, dinámicas sociales, comunitarias, populares, académicas, no-gubernamentales y de la cooperación internacional, que se están pensando la paz en la(s) ciudad(es).
Y su creación no podría ser más simbólica en relación a cómo, de los escombros de una sede bancaria, quemada en dos ocasiones durante las protestas de noviembre de 2019 y luego en medio del Paro Nacional de 2021, surge un esfuerzo de transformación, reconciliación, fraternidad, convivencia y paz de este tipo.
Han transcurridos dos años de estos complejos acontecimientos y no existe aún acuerdo sobre qué fue lo que realmente sucedió. Para no entrar en controversias, convengamos en que lo que se inició aquel 28 de abril de 2021 con el llamado a un Paro Nacional, y que se prolongó durante casi dos meses, fue un hecho inédito que marcó un antes y un después, un punto histórico de quiebre o inflexión, especialmente para Cali.
Hace poco en una ceremonia de graduación en la Universidad Javeriana, una estudiante al dar lectura a las palabras finales, señaló acertadamente como muchas generaciones acceden a sus títulos profesionales sin que algo significativo defina la época que les ha tocado vivir. Para esta juventud de ahora, en cambio, ha sido diferente: una pandemia global y una turbulenta protesta social que definieron muchas cosas en la vida colectiva y dejaron una huella en lo profundo de todos.
Resulta aún doloroso hacer el inventario de aquellos eventos que ocurrieron de manera tan intensa y dramática en todo el país, pero especialmente en nuestra ciudad. Se lamentan, y de qué manera, las vidas sacrificadas, los comportamientos violentos, la respuesta desproporcionada e ineficaz del estado (cuando no su falta de acción), la destrucción material (incluyendo la infraestructura del MÍO), de comercio, de servicios (como esta sede bancaria en mención), entre otras graves afectaciones.
Por supuesto, el estallido social nos interpela por la necesidad de superar muchas condiciones de desigualdad y exclusión que han permanecido casi intactas en la ciudad durante ya tantos y tantos años, afectando especialmente y negando opciones de vida a miles de nuestros jóvenes. Y hablando de apuestas de inclusión social y económica destaquemos las de Compromiso Valle y la Alcaldía.
Pero esta circunstancia tan excepcional nos deja un legado más amplio y valioso de muchas otras experiencias, dentro de lo cual cabe destacar la Iniciativa de Paz del Oeste, que hizo posible un trabajo colaborativo que restituyó la confianza entre distintos sectores poblaciones de esa parte de la ciudad; el llamamiento a un Acuerdo por Cali; la priorización participativa de proyectos vitales para la ciudad (Cali para mí); el surgimiento de distintas agendas populares y más recientemente, la convocatoria a un esfuerzo colectivo para construir al 2036 una Visión Compartida de Ciudad (en sus 500 años).
En algún texto, el líder espiritual Deepak Chopra habla de que en medio de las ruinas y los escombros que dejan la violencia y los desastres, siempre hay tesoros ocultos. Y agrega: “Cuando busques entre las cenizas asegúrate de hacerlo muy bien”.