¿Qué pasa con la izquierda? La pregunta surge tras sucesivos descalabros electorales de los últimos meses en Italia, Chile, Paraguay, España y más lugares. Allí donde sus propuestas no alcanzaron el favor popular en las urnas

Incluso en Cuba, donde la población se hizo sentir, por encima de la mordaza implantada desde siempre por el régimen. Mientras en Venezuela le esperan a Nicolás Maduro elecciones en las que se harán más difíciles sus maniobras para permanecer a toda costa en el poder.

A eso hay que agregar el regreso con fuerza de Donald Trump de cara al futuro inmediato de los Estados Unidos. Más la reafirmación de un enemigo de la libertad y la diversidad, como lo es Recep Tayyip Erdogan en Turquía.

Eso sin contar los malos tragos que, por sus desaciertos, apuran Alberto Fernández en Argentina y Gustavo Petro en Colombia.

Así, la conclusión no puede ser otra que: lo que hace no mucho era una ‘marea rosa’ ha comenzado a dar paso al progresivo regreso de una derecha envalentonada, como lo indican no solo los estudios de opinión, sino los conteos mismos de votos.

A la hora de buscar explicaciones a ese mal momento de la izquierda en tantos lados, no existe un patrón único, porque ella es variopinta. Una cosa es Pedro Sánchez en España y otra Gabriel Boric en Chile. Como distintos, Lula y Petro.

En cambio, sí aparecen algunas líneas generales que sobresalen en medio de la tormenta.

Quizás la primera y más notable es su tendencia (la de la izquierda) a achacar todos los males, comenzando por los propios, a la derecha.

Esa ausencia de responsabilidades sirve, igual, para no asumir los reveses en las urnas o para pretender justificar la falta de resultados en las grandes transformaciones que prometieron en campaña.

En un mundo en crisis como el actual, y con panoramas inciertos sin excepción, tales universos paralelos dejan inmensos costos. Para decirlo de otra manera: hoy, las grandes mentiras cuestan más que nunca porque se propagan a la misma velocidad que las escasas verdades.

Una segunda razón que resulta siendo transversal es que quienes ganan a nombre de la izquierda olvidan pronto que llegaron a mandar fruto de coaliciones de las que forman parte sectores no siempre cercanos a su ideario. Eso implica compromisos. Y, además, memoria. De hecho, del cumplimiento de los primeros dependen las mayorías. Así funciona la mecánica política.

Por eso mismo, magnificar el peso individual, sentirse caudillos, termina más bien desnudando debilidades que resultan inocultables a la hora de validar y ejecutar los planes de gobierno.

Pero quizás lo que más le está costando a la izquierda es no saber leer el carácter voluble de las masas. La gente no vota necesariamente a la izquierda para derrotar a la derecha. Como, al igual, la gente no siempre vota a la derecha para derrotar a la izquierda.

Hoy, como nunca antes, la gente vota para castigar malos gobiernos (lo son casi todos). Y, enseguida, esa misma gente que hace uso del voto castigo, exige resultados inmediatos al ganador, llámese como se llame. Por eso, las tales favorabilidades duran tan poco.

Aunque quizás todo esto se pueda resumir en que a la izquierda le está yendo tan mal porque está copiando lo peor de la derecha que dijo combatir: fanatismo, opacidad, mesianismo, intolerancia, favoritismo, oídos sordos y pestes similares.

Derecha que, con sus matices, volverá a mandar, para abrir luego paso a la izquierda, con sus matices. Ese ida y vuelta, en un espectro en el que, no sobra decirlo, el centro ya es una especie extinguida.