Estamos en el 2023, 60 años después de la revolución sexual en el mundo occidental que les permitió a las mujeres ser dueñas de su cuerpo y decidir sobre sus relaciones sexuales sin miedos ni pecados. Sin embargo, al mismo tiempo algunos hábitos culturales no han desaparecido.

El acoso es una epidemia que no tiene ni clase ni nivel económico, ni siquiera se salvan los académicos como acabamos de ver en las publicaciones sobre el sociólogo portugués Boaventura de Sousa, director del Centro de Estudios Sociales en Coimbra, Portugal, un hombre de izquierda, autor de varios libros y conferencista en los foros sociales de Porto Alegre, Brasil. Cinco mujeres académicas han descrito cómo abusando de su poder como profesor las acosó sexualmente y ellas por miedo a las represalias no lo denunciaron en su momento. Ahora ellas hablan como lo han hecho muchas mujeres a raíz del ‘Me too’.

La prostitución innecesaria, pues las relaciones sexuales para no procrear no son una exigencia del ser humano para sobrevivir, continúan existiendo, victimizando a estas mujeres con una profesión humillante y obsoleta. Tampoco cesa la violencia contra las mujeres, hay leyes que las castigan, pero dentro de las cuatro paredes de la familia nuclear, los golpes, insultos y el feminicidio siguen siendo en el mundo pan de cada día. Quizá las mismas mujeres por su papel de cuidadoras y por el qué dirán lo aceptan calladas, o si denuncian como lo describen los Danieles en su artículo titulado ‘Solidaridad de Machos’, terminan siendo humilladas por jueces y fiscales hombres, como ocurrió en el caso de la Electrificadora de Bucaramanga, donde en primera y segunda instancia absolvieron al acosador hasta que la Corte después de tres años y que tristeza, que sea la primera vez en la historia de Colombia que condenan a un acosador sexual.

Ahora en la época de la fluidez sexual, otro mal nos aqueja, el transgenerismo, que está cancelando la realidad de lo que significa ser mujer. Dicen ellos, los hombres trans, que la palabra mujer debe ser sustituida por ‘seres que dan a luz’, o ‘seres que amamantan’ y que las mujeres deben pertenecer a una clase biológica distinta.

En algunas competencias en que participan hombres trans en la categoría femenina, terminan con ventaja pues su contextura física es la de un hombre. En recientes estudios se explica que esta ideología transgénero termina teniendo un efecto dañino en mujeres, niños y niñas pues es continuar con el silenciamiento y la cancelación de la mujer, que ha sido una de las grandes luchas de los movimientos feministas. Existe una lucrativa industria de transgenerismo médico y un movimiento para cambiar las leyes que se convertirían en otra forma de opresión contra la mujer y de violación de sus derechos. ¿Y los hombres? Solo algunos practican las nuevas masculinidades.