Recientemente, asistí en Cartagena a la conferencia del historiador Alfonso Múnera Cavadia, ‘El Caribe y el Pacífico compartidos’. Múnera, afrocaribeño muy cultos, ha sido diplomático en el Caribe y es profesor universitario en Estados Unidos. Hizo énfasis en el rol de Cartagena a través de la historia, al punto de ser puerto obligado para las embarcaciones que en la colonia venían cargadas de oro, plata y otros tesoros del sur. Cartagena: epicentro de riqueza y poder. Las alusiones al Pacífico no fueron muchas, siempre relacionadas con Panamá.
Le pregunté por qué la geopolítica colombiana ha tenido como protagonista al Atlántico y se ha menospreciado el potencial económico y cultural del Pacífico. El ameno historiador resaltó una vez más la trascendencia de Cartagena que contrastaba con Panamá, donde incluso cuando era colombiana, ser gobernador allá era más un castigo que un honor. Buenaventura no fue mencionada en la conferencia. Esta referencia histórica es para resaltar la trascendencia de trabajar porque esta sea una ciudad integralmente interesante, importante y grata y no la sumatoria de terminales marítimos, aprovechando las características naturales que la hacen el puerto propicio para el arribo y salida de barcos, fortaleza que es usada por narcotraficantes, negociantes de armas y contrabandistas.
El desarrollo ecoturístico, aprovechando la biodiversidad, y el movimiento comercial derivado de su importancia en todo el litoral, es lento frente al mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes. Se convierte en ciudad de paso, en fuente de aprovechamiento económico para muchos, quienes no la miran con el arraigo y responsabilidad para que ejerza como la capital del Pacífico. Todos señalan al otro la culpa de su retraso: Los privados achacan a la corrupción del sector público. Estos al privado porque sienten que ‘ordeñan’ su potencial sin retribuirle suficientemente a lo social. Y en medio de todo, la delincuencia se pasea peleándose el predominio. En el medio la Iglesia Católica y su obispo, Monseñor Rubén Darío Jaramillo, de manera heroica, buscando la concertación entre los diferentes actores.
¿Son la pobreza y las necesidades básicas insatisfechas las causas del fortalecimiento de la delincuencia? Esta es la razón más repetida en Buenaventura y por eso muchos esfuerzos se enfocan en los jóvenes que integran las pandillas. ¿Si así fuera, que está pasando en Tuluá? La más importante ciudad comercial del centro del Valle, no tiene el 49% de desempleo de Buenaventura, ni el 66% de pobreza; tiene la abundancia de agua de la que carece el puerto; sin embargo, la situación de violencia ha sido insostenible, exigiendo un trabajo muy fuerte de Gobernación, Alcalde, altos mandos de Policía Nacional, para rescatar la ciudad de bandas delincuenciales que pretenden apoderarse de lo público y lo privado.
¿Cuál es el hilo conductor entre las dos ciudades? La corrupción en lo público y las conductas mafiosas que buscan rápido enriquecimiento, sacrificando el desarrollo económico honrado, la paz y la convivencia.
Sin duda siempre se requerirá en todos estos casos fortalecer la educación; auspiciar formación y financiación de emprendedores; aunar esfuerzos público-privados para presentar alternativas de empleabilidad y recreación sana; el rol de las fundaciones es decisivo; pero siempre, siempre, se requerirá de gobiernos fuertes que hagan valer la autoridad y la justicia para que los niveles superiores de la delincuencia asuman sus responsabilidades en esta hecatombe moral y de seguridad. Mientras se siga hablando que los pandilleros son los únicos culpables y los delincuentes salgan de las cárceles como gestores de paz, frente a estos gobiernos blandos, salir del atolladero será cada día más difícil.