Hizo carrera en Colombia la ‘teoría del decrecimiento’, cuando la entonces MinMinas, en un congreso de minería, habló de ‘exigirle’ a otros países que comenzaran a decrecer para lograr un equilibrio y que los impactos del cambio climático causaran menos efectos.
Ese comentario realizado en septiembre de 2022, que al inicio parecía una broma para algunos, o preocupación para otros, se convirtió una ‘cabañuela’ del gobierno en curso de la profunda desaceleración económica del 2023 y de lo que anticipamos para 2024. Lo propio en caídas recientes de más de 5 meses en industria, comercio, vivienda, exportaciones, inversión privada y turismo interno.
Pero dicho comentario, y en aras de la justicia con la exministra, responde a una escuela de pensamiento económico y movimiento activista que inició en 1972 por un filósofo social André Gorz y que solo en los 2000 empezó a tener relevancia. El propósito es encontrar una forma para evitar la catástrofe del cambio climático y el calentamiento global, dejar de usar el PIB como medida de progreso, reducir el consumo o circularizarlo y así evitar un colapso global de la economía y supuestamente lograr más equidad y mejoramiento de vida de las personas.
La verdad es que las críticas son bastantes desde la perspectiva académica. Lo primero es que es una propuesta carente de ideas constructivas y que ignora o subestima el valor de la innovación, de la tecnología, de los mejoramientos productivos, del trabajo en el desarrollo sostenible y de todos los esfuerzos en producción limpia.
En el fondo es una visión de anti-progreso mucho más teórica que práctica. Pero además es tremendamente injusta con países como Colombia y otros (emergentes y subdesarrollados), a quienes nos niega la posibilidad de desarrollo, como sí lo han logrado otros, y se equivoca en que retroceder en el progreso significará más calidad de vida.
Para no ir muy lejos, en Colombia decrecer es no firmar nuevos contratos de exploración de hidrocarburos y eso nos cuesta 20% de ingresos fiscales, 35% de inversión extranjera, 40% de exportaciones y 80% de regalías departamentales. Nos cuesta décadas o centurias de oportunidades de desarrollo y de más inversión social y productiva.
Afortunadamente, el World Economic Forum encontró una mucho mejor salida y la compartió en el evento de este año 2024. Se trata de un nuevo marco de referencia para hablar de crecimiento o competitividad, más allá del PIB o PIB per cápita, en el que entran variables de capacidad de innovación (asociadas a ecosistema de talento y financiero, tecnología e institucionalidad), inclusividad (asociado a salud, equidad, vivienda, educación, participación, movilidad social y oportunidades), sostenibilidad (asociado a biodiversidad, manejo de residuos, eficiencia energética, energías renovables, y tributación verde) y capacidad de resiliencia (asociado a seguridad alimentaria, energética y de salud, acceso a crédito, estabilidad política y menos polarización, menos poderes monopólicos, reglas de juego), entre otros temas.
Una invitación es a que aprovechando la novedad del WEF construyamos un modelo de progreso más sostenible, en el que no decrezcamos, sino que crezcamos con conciencia de su impacto y comprehensividad en su abordaje. Vale la pena dar la batalla por un futuro posible más promisorio que ‘decrecer’.