“Tendré que caminar a la Iglesia los domingos” dijo el Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos. Era el año 1918, en la postrimería de la I Guerra Mundial. El petróleo escaseaba y ordenó no sacar el carro esos días. Y en la II Guerra Mundial, el triunfo de los Aliados se debió en gran medida a que salvo contadas excepciones siempre tuvieron combustible, y la derrota de Hitler y del Eje, a que en momentos decisivos, no fue así.

El embargo de petróleo a Estados Unidos en 1973 en retaliación por su apoyo a Israel condujo a ese país a una profunda recesión. El crudo representaba el 47,5 % de su matriz energética; el precio de la gasolina se cuadruplicó y se impuso un racionamiento feroz. El presidente Nixon anunció el Proyecto Independencia para producir más petróleo y otras fuentes de energía, y ser autosuficientes; una meta exigente, cada día más cercana.

Todos los presidentes estadounidenses le han dado prioridad a la energía, por razones económicas y porque su geopolítica gira en torno a esta. En 1980, por ejemplo, Jimmy Carter instituyó la doctrina que lleva su nombre, consistente en que cualquier amenaza o ataque al petróleo en el Golfo Pérsico se entiende como una afrenta a los intereses de Estados Unidos. La seguridad energética se convirtió en pilar de la seguridad nacional.

La historia es fecunda en hechos que lo confirman, y casos de ingenuidad. El gasoducto Nord Stream entre Rusia y Alemania bajo el Mar Báltico se construyó para tener una ruta alterna a Ucrania, continuando Rusia como proveedor. No pensaron que Putin, el ‘socio de fiar’, invadiría Crimea, y hace dos años a Ucrania, dejando a Europa sin energía, pues el 40% del gas natural y el 30% del petróleo venía de la antigua Unión Soviética.

Colombia no ha sido ajena a las crisis energéticas. Recuérdese el racionamiento de 1992 por cuenta de la caída en los embalses y la carencia de fuentes térmicas suficientes de respaldo, la pérdida de autosuficiencia en petróleo en los 70 siendo necesario echar mano a las divisas del café para importar crudo, y la amenaza de racionamiento en 2016 cuando la Venezuela de Chávez y Maduro le incumplió al país en el envío de gas natural.

En un mundo globalizado e interdependiente son pocos los países que pueden darse el lujo de ser autosuficientes en energía. Colombia sí. Somos afortunados pues contamos con recursos renovables y no renovables para atender las necesidades internas y exportar, como sucede con el petróleo y el carbón, generando ingresos vitales para el desarrollo. Escenario del que nos alejamos por una política que atenta contra el interés nacional.

De ahí la pertinencia del reciente informe de la Contraloría General sobre seguridad y confiabilidad energética. Resalta que las reservas han caído 50% en los últimos 15 años, que al no suscribir nuevos contratos de exploración las áreas potenciales para extraer hidrocarburos se reducen en 77%, que el impacto en los ingresos empieza a ser crítico, y que el avance en las renovables es lento y no será suficiente para atender el mercado.

Es inaceptable que luego de tantos años de esfuerzo para garantizarle al país su propia energía, se pierda la autosuficiencia en gas y en pocos años pueda suceder lo mismo con el petróleo, y que el suministro eléctrico en algunas regiones hoy esté en riesgo. Muchos países quisieran ser Colombia para no depender energéticamente de otros; naciones que miran aterrados nuestro suicidio energético. Si las lecciones del pasado no bastan para tomar conciencia que lo sea la debacle que empieza. No más demagogia energética.