Cuando mi partido era el gran Partido Liberal y no este que tiene por Director a una persona que ha pretendido llevarlo hacia la derecha, como lo demuestran sus alianzas con el grupo que controla Álvaro Uribe, sin mayor efecto porque las bancadas liberales en el Congreso están con él a la espera de los avales, pero a la hora de votar lo hacen con el gobierno del presidente Petro.

En la Cámara, de 33 representantes 28 apoyan los proyectos del Ejecutivo, y en el Senado, de los 13 que allí contestan a lista, 9 aprueban esos proyectos, por lo que César Gaviria queda con dos palmos de narices, y se dedica a soltar comunicados que nadie atiende.

Cuando el liberalismo era la mayor fuerza electoral de Colombia, y que triunfaba en los comicios aún en medio de atroz violencia, al llegar las elecciones para cuerpos colegiados o para presidente, la máquina roja se ponía en movimiento y colmaba las urnas.

Álvaro Gómez Hurtado, cuando decidió no continuar en su empeño –heredado de su padre- de liquidar al Partido Liberal, dijo una frase entre graciosa y verdadera: “Colombia es un país conservador que tiene la mala costumbre de votar liberal”. Por eso, el temible jefe de la derecha jamás pudo llegar al poder, porque su nombre en el tarjetón producía terror a los liberales, que en masa sufragaban para derrotarlo.

Pienso que las victorias liberales se debían a que teníamos líderes que se comprometían en las campañas y, sobre todo, los grandes diarios rojos, como El Espectador y El Tiempo. Este último, el domingo electoral en primera plana y a ocho columnas imprimía esta frase, que era una orden: “¡Liberales, a las urnas!”, a la que el Partido obedecía.

El próximo martes, habrá elección presidencial en Estados Unidos y toda la humanidad estará pendiente del resultado. Una nación que puso a caminar a Neil Armstrong sobre la superficie lunar; que tiene los más ilustres centros universitarios; que sus científicos se alzan frecuentemente con diversos premios Nobel; que ha tenido el coraje de participar en las dos grandes guerras mundiales del Siglo XX para evitar que el fascismo se apoderara de la Tierra.

Esa nación ahora enfrenta dos opciones: la que encarna Kamala Harris, candidata del Partido Demócrata, y Donald Trump el turbio dirigente de la extrema derecha, que de regresar a la Casa Blanca, el mundo sufriría severas consecuencias.

Increíble que un hombre sentenciado por 34 delitos; que aupó el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 para que el Congreso no certificara el triunfo de Joe Biden; que en cada intervención pública lanza un sartal de mentiras; que amenaza con deportar a todos los inmigrantes, legales o ilegales; que es amigo de Putin a quien apoya en su criminal guerra contra Ucrania; que detesta a la Otan y a la Unión Europea; y para quien los latinoamericanos somos una caterva de delincuentes.

Tengo la esperanza de que el 5 de noviembre los demócratas y los republicanos sensatos voten copiosamente por Kamala Harris, cuyo tránsito por los cargos judiciales y políticos la muestran como una mujer de alta competencia para ser la presidenta del país más poderoso del mundo. Leyendo su autobiografía puede uno entender la dimensión intelectual de esta candidata.

Ojalá que prime la cordura porque un triunfo de Trump sería un salto al vacío y un riesgo terrible para el mundo entero. Por eso, acudo al viejo titular de El Tiempo, y exclamo: ¡Demócratas, a las urnas!