El final de la Guerra Fría y la caída de los socialismos entre 1989 y 1992 dejó sobre el tapete la idea de que había dos vencedores: un capitalismo remozado ante el fracaso del modelo socialista alternativo; y una democracia afirmada contra todo tipo de totalitarismos, sobre la cual se cifraron todas las esperanzas.
Treinta años después cunde la idea de que este régimen político se ha deteriorado: la gente ya no tiene confianza en los políticos, ni en los partidos, ni en los cuerpos colegiados, lo que significa una grave pérdida de la credibilidad en las instituciones: dos tercios de los habitantes del planeta ya no se sienten representados por sus gobernantes de acuerdo con los sondeos. El resultado es la irrupción en el horizonte de soluciones autoritarias y populistas como salida posible a problemas acuciantes, como observamos ahora en muchos lugares del planeta (Bukele, Bolsonaro, Milei, Ortega).
La globalización es uno de los factores que más ha contribuido a la crisis de la democracia liberal y al debilitamiento de las instituciones. Los Estados han entregado parte de su soberanía a las instancias globalizadoras y el resultado ha sido que se ha socavado la legitimidad de su autoridad. Las élites triunfadoras de la globalización se han beneficiado de ella, pero no ocurre lo mismo con los sectores medios y bajos de las sociedades, que han sufrido sus consecuencias: pérdida de empleos debido a la ‘deslocalización industrial’ o a los cambios tecnológicos, elusión de impuestos locales para las grandes empresas, pero asfixia para las pequeñas y medianas, corrupción y pobreza, terrorismo fanático, disolución de las comunidades, entre muchas otras.
El resultado es que el temor a la globalización se convirtió en un tema fundamental de la política. Observamos ahora movimientos que buscan regresar al Estado como eje de la vida colectiva, recuperar los valores de la nación, reconstruir a su manera las instituciones desbaratadas por el nuevo orden mundial, revalorizar las identidades locales puestas en cuestión.
La mejor expresión de esta situación la encontramos en la elección de Donald Trump en 2016, contra todos los pronósticos. Manuel Castells, sociólogo catalán autor del libro Ruptura. La crisis de la democracia liberal se pregunta “¿cómo pudo ser elegido a la presidencia más poderosa del mundo un billonario burdo y soez, un especulador inmobiliario envuelto en negocios sucios, ignorante de la política internacional, despreciativo de la conservación del planeta, nacionalista radical, abiertamente sexista, xenófobo y racista?”.
Y la respuesta es, no a pesar, sino a causa de todo eso. La clave de su éxito fue identificar la globalización como enemiga de la gente, convertirse en portavoz de los sectores perjudicados, oponerse a la inmigración y, sobre todo, presentarse como candidato ‘anti-establishment’, para lo cual las excentricidades de su personalidad han sido muy útiles. En otras palabras, retomar paradójicamente las banderas de la antiglobalización propias de la izquierda pero traducidas al lenguaje provocador de la derecha. ¿Podrá repetir?
La crisis de representatividad también nos toca a nosotros en Colombia. Las elecciones de 2022 fueron la máxima expresión de un gran no a los políticos tradicionales de la derecha colombiana, tanto por el triunfo de un candidato de izquierda como por la abultada votación por Rodolfo Hernández representante por excelencia del rechazo al establecimiento político. Cualquier candidato que quiera tener éxito en 2026 tiene que buscar la forma de recuperar la representación de unos electores que ya no creen en las instituciones democráticas y en la gestión de sus dirigentes. Y ya no es suficiente con ofrecer seguridad. Se requiere algo más.
Posdata. La Paz Querida invita hoy a las 6:00 p.m. en la Cinemateca La Tertulia al conversatorio ´Saltando matojos por la diversidad´ entre Renata Moreno (socióloga) y José María Borrero (abogado ecologista). Los esperamos.