Un observador que lea noticias de Colombia, especialmente sobre el rumbo del país y las opiniones y comentarios de muchos de nuestros gobernantes, legisladores y líderes de opinión (incluso de los ahora llamados ‘influencers’), debería entrar en estado de catarsis.

Se requiere entrar en un estado de liberación o purificación profunda, debido a la tragedia que causan la infinidad de sandeces que se dicen en este país, por la falta de objetividad y sentido común. Tal vez se debe a la polarización y al dogmatismo, que resulta en una ignorancia supina. Pero también se debe a la ignorancia misma, no solamente consecuencia por no saber de un tema, sino también por la falta de decencia, al opinar sin saber, y al engaño al que someten a la gente, consecuencia de la agenda torticera y dogmatizante.

Tener un 2024 más constructivo requiere que nuestros líderes políticos y de opinión terminen iluminados por el sentido común. Miremos varios asuntos que saldrían mejor con una pisca de este. La infraestructura es de vital importancia para el país. De hecho, las grandes obras de infraestructura no solo generan empleo, sino que también aumentan la competitividad de las empresas. No podemos, por lo tanto, retrasar el desarrollo de la infraestructura por asuntos políticos y ambientales inanes.

Por supuesto que debemos proteger al medio ambiente, pero bajo la figura de ‘desarrollo sostenible’ y no la del ‘decrecimiento’, que claramente va en contravía del sentido común.

Por otro lado, claro que los gobernantes tienen en su periodo un mandato, pero no se puede interferir con las obras contratadas y en ejecución de mandatos anteriores, como tampoco lo puede hacer el Gobierno central. Por supuesto que también debemos invertir en educación, en infraestructura de colegios y universidades. El contrasentido es que la construcción de nuevas facilidades educativas no genera necesariamente un salto cuantitativo y cualitativo y diferencias para los estudiantes.

Muchas veces es mejor ampliar las facilidades, en lugares donde existe mayor concentración de población, que invertir recursos en lugares alejados de centros urbanos poblados. Tampoco es bueno contar con nuevas facilidades, sin que exista una buena y amplia capacidad docente. Así, proyectos como la Universidad de Suba, en perjuicio de la avenida ALO en Bogotá, o la Universidad del Catatumbo, deberían replantearse.

El sentido común también dicta la austeridad en el gasto y un mayor ahorro. No es posible seguir incrementando la burocracia de manera innecesaria, como se hizo con la creación del Ministerio de la Igualdad. La igualdad la obtendremos en el mediano y largo plazo si contamos con las condiciones para la creación de más empresas y empleo y, por supuesto, con más cobertura educativa de alta calidad profesional y técnica.

Tampoco vamos a solucionar la pobreza y la inflación, que también empobrece, reformando la regla fiscal. El sentido común, más que el criterio técnico, indica que un país, y un hogar para facilitar el entendimiento, no puede gastar más allá de sus capacidades. Esperemos, como deseo de este año nuevo, tener un país, en 2024, más pragmático y menos polarizado, en donde construyamos y no destruyamos, con más sentido común y objetividad y menos dogmatismo y engaño.