Pareciera que Shakira le hubiera cogido aversión a Barcelona. Una vez separada, quiso salir de allí lo más pronto posible. Es lógico que asocie Barcelona con el territorio de su ex y después del divorcio, el rechazo sea visceral. Para bien o para mal creamos con los lugares una extraña relación conectada con las personas con las que convivimos en esas regiones. Las emociones haciendo de las suyas, sin importar la ‘lógica’ de este proceder.
Imagino entonces que algo semejante le debió pasar a Fernando Botero con el Valle del Cauca. Porque, por decir lo menos, su displicencia con nuestra tierra fue notoria. Pareciera que le cobró al departamento su fallida relación con Cecilia Zambrano, su segunda esposa y peor dolor, con la muerte del hijo de ambos, Pedro, en un accidente automovilístico en España. El niño murió de 4 años y parece que el golpe para Botero fue muy grande. Alguien dijo que fue una herida que nunca lo abandonó, hasta el punto que se dice que su obra preferida es el retrato de Pedrito.
Por ello, cuando donó esculturas a varios lugares del mundo, en especial a Medellín, personalidades culturales del Valle le solicitaron una de sus obras, podría ser la de Pedrito y jamás tan siquiera respondió. Esta fue la historia que hace años le escuché a Soffy Arboleda. Lástima que ella no pueda corroborarlo (a propósito, haces falta Soffy). Pero Botero fue totalmente displicente con el Valle. Y MF Prado comentó el jueves en Oye Cali que siendo alcalde Rodrigo Guerrero le pidió asistencia a algún evento y, otra vez, ni siquiera se dignó responder.
¿Por qué se separó de Cecilia? Es la vida privada de ellos, pero el dolor, tristeza, orgullo, resentimiento, la emoción que fuera, quedó marcada y la cuenta de cobro la tuvo que facturar el departamento. Además, completó MF, es posible que el contacto de su hijo Fernando con los carteles de la droga de Cali, ‘aumentara’ su resistencia y el Valle tuvo que pagar (aún más) la mala ‘formación’ de su hijo. Definitivamente, no fuimos del agrado del pintor.
Las idealizaciones son muy tóxicas porque le colocamos al idealizado virtudes y cualidades de las que carecemos y además se las potencializamos al máximo. El columnista Bernardo Peña escribió el martes que en Cali tratamos muy mal los monumentos y ‘siquiera’ que no hay ninguno de Botero. Algo así como si Cali no se ‘mereciera’ ese obsequio.
No le quito la verdad en el cuidado de los símbolos, pero lo que me talla es que desde aquí sigamos anhelando tener algo de Fernando Botero cuando, en vida, él fue tan displicente. Que paseen el cuerpo por Medellín y Bogotá, lugares a los que les dio importancia. Pero mi orgullo vallecaucano no me deja anhelar una obra de alguien que nunca nos valoró como región. Su discriminación fue notoria, obedeciendo tal vez a dolores y resentimientos que a ‘maltrato’ real del departamento.
La vallecaucanidad es algo así como un virus que se pega a la piel. No se puede ‘sanar’ (afortunadamente). Por eso, “lo que es con el Valle del Cauca es conmigo”. Esta necesidad de valoración, solidaridad, orgullo regionales, no se debe perder ni embolatar ni siquiera ante un hombre destacado que no fue equilibrado en su trato. Él tenía su derecho a sus preferencias, ni más faltaba. Y el Valle del Cauca a escoger sus ídolos.