No es casualidad que sea diciembre el mes de los excesos, de la desmesura, de las desproporciones. Como si nos colocáramos lentes de aumento, la cotidianidad parece desbordada tanto en lo bueno como en lo malo, en los afectos y en los desprecios.
Llenarlo de luces, adornos y regalos podría ser una manera de maquillar situaciones que no se pueden explicar y entonces el ajetreo, las carreras y las exageraciones nos distraen de la verdadera angustia que nos produce un mes que definitivamente envolató su significado. Y creo que allí, en ese envolate, fue donde perdimos el norte: hoy se viven las consecuencias de un diciembre de locos. La cultura, la apariencia, la necesidad de encajar, presiona para obligarnos a actuar como ‘se espera’ y no como quisiéramos. La vergüenza de calificar como raro o como grinch, presiona a cumplirle a la sociedad y ‘traicionarnos’ a nosotros. Cuando lo prioritario es ser coherente con mi sentir. ¿Quién más que yo está adentro de mí?
Las consultas de psicología buscando ayuda se incrementan, intentando que alguien calme la angustia que lleva implícita la traición personal. “No quiero vivir esto”, “no me gusta”, “cómo saltarme esta locura”, son algunas de las expresiones más sensibles, que deben ser atendidas. Buscar ayuda profesional significa no solo que el terapeuta aliviane la angustia, sino también aceptar mi cuota personal de participación en el proceso. Debo ser consciente de que debo respetar ciertas situaciones del entorno, como también asumir las consecuencias de mi sentir, que no son equivocadas, pero de pronto van en contravía.
¿Cómo respetar lo diferente? ¿Cómo no estigmatizar a quien no forme parte de la manada? ¿Cómo aceptar la alegría (falsa o verdadera) de los otros sin hacer mala cara?
No hay que olvidar que diciembre es una celebración que nació de un evento religioso y hoy debería migrar hacia un enfoque espiritual que signifique más pausa que ajetreo.
Espiritual no significa ni templo, ni rosario. Espiritual significa conciencia, es decir una mirada más profunda que no se agote en lo material y concreto. Nada en la condición humana debe ser ‘para toda la vida’ porque estamos en movimiento y por ello es sano hacer cortes y balances para revisar y corregir, no para darse duro. Diciembre es oportuno para ese balance. Pero no todos están en la misma onda y debemos aceptar las diferencias. A la vida venimos a aprender y los errores son aprendizaje. Ese corte de cuentas tiene que ver con la vida y con la muerte, y valen la pena esos momentos de introspección.
Qué bueno poder marginarse un poco del ajetreo construyendo momentos personales de calma. Empiece por momentos… Desconectarse del ajetreo ya es de por sí, reparador. El pesebre tiene un significado simbólico de renacimiento, volver a empezar, revisar y sanar. Recuerde que “si borra los errores del pasado, elimina su sabiduría del presente”.
Entonces intentar no dejarse llevar por la ola del consumismo ni de las carreras, es reparador. Momentos de ejercicio, momentos de contacto con la naturaleza en el parque, un obsequio o ayuda anónima para alguien a quien le mejorará su día, momentos en que puede facilitarle una solución al amigo… de momento en momento, con una actitud muy presente, diciembre deja de ser de locos. Solo por hoy, solo por este momento. Y cuando menos piense, diciembre ya pasó…