Diego Pombo me parece un personaje imprescindible de la cultura caleña, pero no porque ocupe un central en la misma, sino porque ha sabido ser a lo largo de tantísimos años el contrapunto indispensable. El toque divergente que, como el pulgar, oponiéndose al resto de los dedos, potencia al conjunto, llenándolo de matices e insólitas posibilidades.

En aquella época en la que en Cali no parecía haber más que salsa y más salsa, él se atrevió a desafiar ese virtual monopolio con Ajazzgo, el festival anual que le dio carta de ciudadanía entre nosotros al jazz, esa formidable rama del siempre exuberante tronco afro de lo mejor de la música de las Américas. Mucho más lírico e introvertido de lo que podrá ser jamás la salsa, más de la escucha sosegada y ensimismada que del entusiasmo colectivo y el baile arrebatador y, por lo tanto, menos popular de lo que ha sido y sigue siendo la salsa.

Su exposición Pinturas bailables en la Topa Tolondra, demuestra, sin embargo, que la insobornable militancia jazzística de Pombo no lo ha hecho impermeable a la omnipresencia de la salsa entre nosotros. Al contrario, los 16 retratos que expone actualmente en ese vibrante escenario salsero, son una prueba adicional de que la oposición entre el punto y el contrapunto enmascara normalmente una afinidad soterrada.

Que amar al jazz no impide amar a la salsa. Hasta el punto, en su caso, de asumir la tarea de dotar a esta última de la iconografía que ciertamente le estaba faltando. Y utilizo el término ‘iconografía’ en su sentido más literal y menos metafórico, de relación de íconos. Porque esos retratos son en realidad íconos, que no obedecen a la pretensión del artista de atrapar el alma del personaje, sino, por el contrario, a su deseo de acuñar una imagen arquetípica del mismo. Que en vez de servir a la psicología esté al servicio del mito. O de la leyenda. Porque no me negarán ustedes que Celia Cruz es una leyenda, como lo son Daniel Santos, Héctor Lavoe o Jairo Varela, para citar solo a los más legendarios entre todos los personajes legendarios que componen la espléndida galería de iconos de la salsa pintados por Pombo.

Ahora se exponen 16, pero en total son 25, según me cuenta. Merece un comentario adicional la estética de los mismos. Que no sorprende a quienes conocemos la pintura de Pombo, que es figurativa y ‘literaria’ y de un colorido chirriante que en estos retratos adquiere resonancias africanas.