El discurso del presidente de Argentina, Javier Milei, en el Foro Económico Mundial, ha dado para eufóricos elogios y críticas rabiosas, en especial en los extremos ideológicos. Ambas, con algo de razón. Sin entrar en discusiones económicas y filosóficas, propias de eruditos y pontificadores, veamos en qué acierta y en qué se equivoca el excéntrico mandatario y por qué es importante para Occidente, Latinoamérica y Colombia.
Acierta Milei en la defensa de la economía de libre mercado sustentada en la iniciativa y propiedad privada de los medios de producción, pues independiente de sus matices, fortalezas y debilidades, ha sido determinante para el desarrollo económico y social de la humanidad en los últimos 300 años, con un balance claramente positivo en la mejoría de la calidad de vida de las personas. Negarlo equivale a pretender tapar el sol con las manos.
Ha sido y es, sin duda, el mejor sistema económico inventado. Mejor que el feudalismo al que sustituyó, el comunismo que fracasó estrepitosamente, y el socialismo variopinto. No en vano implosionó la Unión Soviética y China migró a un sistema de libre mercado con un férreo control estatal. Incluso Cuba, ejemplo de la pauperización igualitaria implementa prácticas capitalistas. Y la Venezuela socialista, peor no puede estar.
Tiene razón, además, en reconocer el tesón de quienes se deciden a hacer empresa, más en países como el nuestro, con tantas talanqueras y desincentivos creados por el Estado, lo que explica que la mitad de quienes forjan su propio trabajo estén en la informalidad. Igual, en poner el dedo en la llaga y visibilizar el sesgo ideológico de muchos organismos internacionales en contra del libre mercado y de los gobiernos que propenden por este.
Pero seamos francos, el capitalismo, con innegables beneficios, ha producido y produce todo tipo de empresarios; los que tratan con amabilidad y respeto a sus colaboradores y los que no, los que solo piensan en enriquecerse, y los que les importa genuinamente el bienestar de los demás y del resto de la sociedad en especial el de quienes por distintos motivos no la han tenido fácil y por más esfuerzos que realizan carecen de una vida digna.
Es ahí donde se equivoca Milei. Sin perjuicio de las ventajas del capitalismo, este por sí solo no siempre está en condición de lograr un desarrollo incluyente y más equitativo. La mano invisible de Adam Smith no todo lo puede, ni ha podido. Hay situaciones en las que se necesita la mano visible del Estado; el problema es cuando esta se convierte en una mano pesada y ruda, estatizante y dictatorial, que asfixia y destruye la esencia misma del capitalismo.
Desacierta, también, al cuestionar los avances en equidad de género y concientización sobre el cuidado del ambiente. Es cierto que estos, similar a los Derechos Humanos, se han ideologizado y politizado, con posiciones extremas, nocivas a su propia causa. Pero pensar que las fuerzas del mercado hubiesen podido corregir estos y otros problemas, para no hablar de fallas, no es tan claro, y de ser así, habría tomado demasiado tiempo.
En buena hora, un presidente de la región defiende sin sonrojarse el sistema económico capitalista y enfatiza que gracias a este, la mayoría de la humanidad tiene una mejor calidad de vida, y no el socialismo empobrecedor. Yerra, sin embargo, en señalar que las fuerzas del mercado todo lo solucionan y que podría prácticamente prescindirse del rol del Estado en la economía, y en cuestionar logros de la humanidad en equidad y medio ambiente. Un discurso polémico, pero bienvenido, pues el libre mercado necesita quien lo defienda.