La nueva narrativa que hoy gobierna a Colombia nos ha acostumbrado a una dinámica de grandes promesas lanzadas todas las semanas. Muchas de estas cautivan la ilusión de quienes creen en la orilla que lidera el rumbo del país.

Pero por cada disparate lanzado por el gobierno nacional, la agenda pública olvida generalmente todos los otros disparates que vinieron atrás, que en su momento dividieron a la opinión pública y dejaron en evidencia, una vez más, la preocupante capacidad de nuestro gobernante de proponer cada idea que se le pasa por la cabeza, sin importar qué dicen la evidencia, los expertos y la historia. Viene, después de eso, la tarea más incómoda: la de los ministros que se ven obligados a traducir cada disparate y hacerlo sonar plausible.

Esto, por supuesto, solo dura lo que se demora en aparecer un nuevo disparate en el debate público por cada uno de los discursos del ejecutivo. El problema es que en el pasado quedan decenas de promesas lanzadas sin demasiado sustento, para ser motivo de la más intensa discusión y finalmente ser incumplidas.

Basta con preguntar a estas alturas qué ha pasado con el llamado ‘proceso constituyente’, presentado como un evento inminente de nuestra historia política y en el que no se ha avanzado ni un paso en más de seis meses. Aunque todo apuntaba a que sería la principal apuesta del gobierno, valiosísimos meses han sido desperdiciados y a la fecha no sabemos si al fin tendrá lugar el famoso proceso. Mucho menos sabemos qué busca, ni cómo se convocaría, ni cuándo. No es aceptable que asuntos tan cruciales para el futuro constitucional de Colombia sean abordados con semejante ligereza y falta de claridad.

Esta semana, el presidente dijo con absoluta contundencia que Ecopetrol debería dejar de explotar petróleo y centrarse en otras actividades, como la inteligencia artificial (y luego se preguntan por qué las acciones de la compañía siguen cayendo en el mercado internacional). De planes y proyectos concretos para cumplir promesas como esta no hay nada y, en cambio, el único sustento está en el discurso del mandatario. Mientras tanto, la economía del país amanece todos los días a enfrentar semejante incertidumbre.

Todo esto nos recuerda ideas como la de reemplazar los ingresos de la economía del petróleo y el carbón por actividades como el turismo y la siembra de aguacates, campos de la economía que, aunque crecen de forma prometedora, tardarían muchas décadas en cumplir con metas tan alejadas de la realidad. Y ni hablar del progreso del metro elevado entre Buenaventura y Barranquilla, que tendría que atravesar nada menos que el complejo tapón del Darién.

Cuando a un proyecto político le importa más el aplauso del momento, siempre desde la improvisación y el más desconcertante desorden conceptual, el camino seguirá siendo uno de promesas absurdas y sin posibilidad de ser cumplidas.

El problema de tantos disparates lanzados al viento y luego olvidados por el gobierno es que constantemente llevan a la ciudadanía a enfrentarse por iniciativas que no serán cumplidas: el más insólito de los enfrentamientos. Y esto solo llevará a un escenario de generalización del sentimiento que viene después de la apelación permanente a la indignación que tanto ha utilizado la actual administración.

Y este sentimiento no es otro que la decepción y la desilusión entre quienes creyeron y defendieron un proyecto y al final encontraron una realidad tan distinta al futuro alguna vez prometido.