En momentos de crisis se requieren líderes, es decir, personas capaces de influir y hacer la diferencia. Personas que logren canalizar sentimientos y esfuerzos colectivos para salir adelante con gallardía y determinación, superando la tragedia y la desesperación. No es fácil contar con líderes que, en momentos de oscuridad, vean la luz al final del túnel y tengan la capacidad de sembrar esperanza para caminar colectivamente hacia un puerto seguro.

No puede haber mejor ejemplo de un líder que el de Winston Churchill. Churchill pronosticó y enfrentó la amenaza de la Alemania nazi. Se opuso a la política del apaciguamiento, a la paz a cualquier costo, que significó el fortalecimiento de Hitler. Rechazó negociar una paz sumisa e indigna después de la caída de Francia y el milagro de Dunkerque. Logró encarnar los valores de libertad y democracia para darle esperanza a su nación: no rendirse, resistir y mantenerse firme ante el tirano nazi.

Cuando todo estaba casi perdido, cuando el Imperio Británico estaba solo contra los nazis, simplemente le dijo a su nación: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Su política no era distinta a luchar “con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, jamás superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos”. Su único objetivo era “la victoria a cualquier precio, la victoria a pesar de todo el terror, la victoria, por largo y duro que sea el camino; porque sin victoria, no hay supervivencia”.

Requiere carácter y tenacidad mantenerse fiel a los principios y valores de libertad y democracia cuando casi todo está perdido. Requiere temple defenderlos a capa y espada cuando casi todos buscan apaciguarse por temor. Pero Churchill no solo encarnaba esos valores, que por miedo olvidaron sus compatriotas y que él les recordó. Churchill era, en sí mismo, un personaje, un símbolo, no creado de manera artificial, sino construido a través del tiempo con su lucha, actos y convicciones.

En él se unieron símbolos y valores en un solo individuo, que había trasegado en la política británica, capaz de liderar en las horas más oscuras y decir no más apaciguamiento. Unió a sus compatriotas en la defensa del país y de los valores y principios de libertad y democracia que este representaba. Ese fue un momento histórico único donde, para fortuna de los británicos y del mundo entero, existió un Churchill.

Hoy, en Colombia, en las horas más oscuras de la democracia, con un país sumido en la desesperanza por culpa de un mal gobierno que polariza y desinstitucionaliza, que destruye y no construye, se requiere liderazgo. Se necesita un líder que aglutine al país. Una persona que encarne y se apropie de los principios y valores de seguridad, libertad y democracia. Una persona con temple y carácter, transparente, madura y responsable, que genere credibilidad.

Más que una persona, se necesita un símbolo como Churchill, que aglutine y gane las elecciones de 2026 con los valores y principios correctos, mostrándonos que hay esperanza y luz al final del túnel para tener un mejor país y dejar atrás personajes tóxicos y el socialismo del Siglo XXI.