Las marchas recientes, una convocada por el Gobierno y otra por los inconformes con el Gobierno, muestran que existen dos países o formas de pensar. Si analizamos los fines, se alcanzaría a pensar que podrían ser los mismos, pues ambos ‘países’ quieren la prosperidad para todos los colombianos. El problema no es el qué, sino el cómo o los medios para lograrlo.

Existe un país que quiere lo colectivo y lo estatal. Quiere que los trabajadores, que tienen empleo, sean de difícil despido y que los sindicatos tengan más herramientas y fuerza. Se pretende la judicialización de la relación laboral.

Ese país prefiere lo público en los negocios, específicamente en la infraestructura, pensiones, salud, servicios públicos, transporte y la banca (aun cuando todavía no salen del clóset en este aspecto).

Quiere que la educación sea estatal, con colegios y universidades públicas, y gratuita para todos, sin pensar en la calidad y la focalización de recursos para los menos favorecidos. Piensa que la igualdad se impone por ley, con un ministerio beligerante y burocrático. Además, pretende legalizar el uso recreativo de la marihuana, sin pensar en las consecuencias de salud pública.

Quiere descarbonizar la economía rápidamente, así no tengamos como reemplazar el ingreso fiscal. Un país que quiere la paz, sin justicia real, y con dádivas y beneficios a los delincuentes.

Por otro lado, existe otro país, otro universo, que con estudios, análisis, evidencia y pragmatismo quiere que se empleen otros medios para alcanzar el fin. Un país que prefiere la economía de mercado, la competencia, el empresario y la iniciativa privada, donde el estado sea hacedor de políticas y no un actor en el mercado.

Un país en el que el Estado no ceda en la conservación del orden público, la seguridad y la justicia. Un país en el cual los privados jueguen un rol importante y definitivo en todos los sectores, de manera que se genere formalización y empleo de calidad.

Un país que ve a la educación pública (con ajustes) y la privada coexistiendo, aun cuando quiere que sean los padres los que escogen, y que pretende se focalicen los recursos en los menos favorecidos. Un país que ve la relación laboral de manera fraterna, no judicial, y los sindicatos como una de las vías, más no la única, para el relacionamiento laboral.

Un país que piensa en lo dañina que es la marihuana para el tejido social. Un país que quiere una transición energética a largo plazo, pues sabe que se necesitan los ingresos fiscales del carbón y el petróleo. Un país que cree que la igualdad parte de las oportunidades y ayudas temporales y no de subsidios permanentes y la burocracia.

Estos dos países salieron a marchar. Los resultados fueron evidentes. El segundo país le abrió los ojos al primero. Esperemos que el Gobierno, como gran faro de ese primer país, recomponga el camino y seamos un solo país en medios y fines. No obstante, el esfuerzo se puede perder, ya que, conforme a los primeros anuncios, al primer país no le importa la realidad, ni las consecuencias, a pesar de las evidencias, sino la victoria de sus creencias ideológicas.