La expectativa de vida aumentó mucho en el siglo pasado. Aunque hay quienes controvierten, casi todo el mundo está de acuerdo en que los principales factores han sido las vacunas, la disponibilidad de agua potable y sistemas de alcantarillado, la disminución de la violencia (con patrióticas excepciones) y los progresos de la medicina, que redujeron la mortalidad infantil y lograron avances en la prevención, detección y tratamiento de enfermedades crónicas.

En promedio, y para los países desarrollados, aumentó un 3 % por cada década. Si a principios de 1900 la expectativa era de 50 años, hacia el final del milenio había subido a 80 años.

¿Seguiremos en esta tendencia? ¿Ya deberíamos aspirar a llegar a los 100 años?

Un estudio poblacional de gran alcance analizó los últimos 30 años, hasta el 2019, para excluir los efectos de la pandemia, y encontró que la tendencia se ha desacelerado.

Parece que hubiéramos llegado a una meseta en la que la lucha contra la vejez ha sido infructuosa. Existen medicamentos nuevos y una gran cantidad de conocimientos sobre lo que significa el envejecimiento a nivel molecular, del ADN y de las células. Pero, a pesar de todo el bombo y todas las esperanzas, los datos muestran que todavía no hay avances medibles.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia, el lenguaje científico es secuestrado por charlatanes que han montado una gigantesca industria basada en las ilusiones de quienes valoran llegar a la vejez en buenas condiciones.

Por ahora, ese privilegio es para muy pocos. Solo el 2 % de los hombres está llegando a los 100 años, y, si seguimos con la tendencia actual, solo un 5 % lo logrará para finales de este siglo.

Si ocurre algún cambio, será consecuencia de investigaciones serias y estudios muy bien controlados en poblaciones grandes. Sin embargo, el auge de la pseudociencia y el progresivo dominio de la industria farmacéutica en la investigación médica, guiada predominantemente por resultados cortoplacistas, no auguran un cambio significativo en esta tendencia.

Es un hecho estadístico que, cuanto más vivimos, más años se suman a la expectativa de vida. Por ejemplo, la expectativa de vida de un joven de 20 años es 75. En cambio, para alguien que ya llegó a los 70, es 85.

Así, la recomendación basada en estadística que se puede dar para vivir más tiempo es: “Siga durando”.