El más influyente político liberal del Siglo XX en Colombia fue Eduardo Santos Montejo, porque no fue solo dirigente del partido y presidente de la República, sino porque en 1913 compró a quien después sería su cuñado, Alfonso Villegas Restrepo, el periódico El Tiempo, que este había fundado dos años antes.
El Tiempo, en manos de Santos, fue ascendiendo la cuesta de la opinión pública y con el correr de los días se convirtió en una empresa altamente rentable. La gente llegó a creer que lo que no registraba ese diario era porque no había ocurrido.
Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo en la Convención Liberal de Ibagué en 1922, consideraron que había llegado la hora de que el liberalismo accediera a la presidencia en 1930, casi imposible de creer en medio de la hegemonía conservadora, en el poder desde 1886. Pero los dos próceres sí lo creyeron y en 1929 convencieron a Enrique Olaya Herrera, a la sazón embajador en Washington, de aceptar la candidatura. Olaya aprovechó la división goda entre Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo y pudo hacerse con la presidencia.
López, sucesor de Olaya, encarnaba el verbo fluido del caudillo. Santos era más sereno, pero tenía bajo sus órdenes la poderosa rotativa de su periódico, que puso al servicio de la candidatura Olaya, y luego de la suya. Su caricaturista Ricardo Rendón fue decisivo en la caída del conservatismo. El dibujo de Rendón, en el que aparecían el presidente Abadía Méndez y el jefe del Ejército al pie de los centenares de muertos en las bananeras, fue demoledor.
Elegido presidente en 1938, con él llegó ‘la pausa’ al ímpetu reformista de su antecesor López Pumarejo, quien se convirtió en férreo opositor de Santos con su periódico El Liberal, dirigido por Alberto Lleras. No le daban respiro y allí nace la enemistad de Santos y López, que solo pudo superarse cuando sobrevino la violencia oficial contra el Partido Liberal.
Eduardo Santos recibió título de abogado de la Universidad Nacional, que nunca ejerció, pues las utilidades del periódico le permitieron tener mansión en Bogotá, bella finca de recreo y apartamento en París, ciudad de sus grandes afectos. Casó con la bella Lorencita Villegas, con quien tuvo una hija, Clarita, fallecida a sus dos años, pena que jamás abandonó a sus progenitores.
Antes de morir, Santos convirtió El Tiempo en sociedad limitada de veinte acciones, que obsequió a gente de sus afectos: Abdón Espinosa, Enrique y Hernando Santos Castillo, Jorge Gaitán Cortés, Fernando González Pacheco, entre otros. Hoy esa empresa pertenece al grupo Sarmiento Angulo, y sus arrestos liberales quedaron en el pasado.
Maryluz Vallejo Mejía se impuso la tarea de rastrear los archivos de la correspondencia de Eduardo Santos, y la publicó en delicioso libro que debería ser leído por los liberales que aún quedan en este país.
‘Estrictamente confidencial’, es el título. Lo leí de una sentada porque mi familia paterna era santista a ultranza y al yo adquirir uso de razón política, caí en sus redes. Alonso Aragón Quintero, gobernador del Valle durante todo el período presidencial de Santos, alojó por unos días al presidente y su señora en la finca que en Tuluá tenían mis abuelos.
Como liberal de siempre, le agradezco todo lo que hizo por mi partido, con esos titulares en tinta roja cuando había elecciones: “Liberales a las urnas”. Y el partido le obedecía y las colmaba.