La lamentable muerte de la doctora Catalina Gutiérrez, médica residente en un importante hospital de Bogotá, ha desatado una amplia discusión nacional que va desde el trato que reciben quienes trabajan en el sector de la salud, en general, hasta las exigencias impuestas a los estudiantes de medicina. El tema es tan importante que bien vale la pena hacer algunas precisiones sobre él.

El sistema de salud colombiano, que atiende virtualmente todas las necesidades de salud de casi el ciento por ciento de nuestra población, padece desde hace muchos años un crónico déficit financiero, que está vecino a llevarlo a una crisis. A la deuda pendiente de pago a las instituciones prestadoras de salud (IPS), estimada en unos $17 billones, se le está añadiendo anualmente un déficit posiblemente superior a $5 billones. Esta situación genera dos problemas muy serios.

Por un lado, es muy probable que en pocos meses el servicio de la salud colapse, cuando las IPS financieramente más frágiles agoten sus cajas y deban cerrar sus puertas. Esta crisis, traumática para los pacientes y para el sistema, deberá ser conjurada con gran rapidez por el Estado, arbitrando los fondos necesarios para hacerlo. Dichos fondos existen, y será cuestión de prioridades. El presupuesto de la Nación ronda los $500 billones e incluye rubros como los $45 billones para el Ministerio de Trabajo, que nadie sabe qué hace ni para qué sirve. ¿Qué es prioritario?

Por el otro lado, la crónica desfinanciación del sistema de salud ha aumentado indebidamente la carga sobre el talento humano que con tanto esfuerzo y abnegación constituye su núcleo. Ante la permanente limitación en los recursos financieros, se aumentan desmedidamente sus horas de trabajo y se limitan indebidamente las consiguientes compensaciones financieras. En realidad, sin su sacrificio el déficit declarado sería mucho mayor.

En general, quienes laboran en el sector salud poseen un interés en el bienestar ajeno que es mayor que el de los ciudadanos del común. Y precisamente por poseer ese interés, el sistema los ha venido castigando con cargas de trabajo casi insostenibles y escasa remuneración. Esto no justo ni racional. Es claro que cualquier intento futuro de reformar nuestro sistema de salud deberá abordar en primer término el manejo y desarrollo de su talento humano.

Es otro el cantar en lo que respecta a la educación médica. No hay prueba internacional que no demuestre la pésima calidad de la educación pública colombiana, lo que es apenas natural en un sistema que por más de medio siglo ha sido dirigido por teóricos académicos ideologizados. En contraste, la educación médica colombiana es de primer nivel. Nuestros médicos son los profesionales mejor entrenados en Colombia y están a la par con los mejores de cualquier otro país.

Entendiendo la seriedad de su misión de proteger la salud y las vidas humanas, la dirigencia médica ha logrado a través del tiempo sortear los obstáculos generados por los ministerios de Educación y Salud y ha desarrollado un esquema de enseñanza y entrenamiento ejemplar. Es posible que, como en toda actividad, se cometan errores u, ocasionalmente, se encuentren malos maestros. Pero es incontrovertible que el esquema de enseñanza médica colombiano produce excelentes resultados. Para seguridad de los colombianos, es esencial que este sistema continúe entregando los médicos que hoy produce.