Colombia enfrenta un momento crítico en su economía, con un crecimiento proyectado del 1,5% que, aunque positivo comparado al 2023, debe analizarse con cautela debido a los desafíos globales y regionales, incluidos el endeudamiento, la incertidumbre geopolítica, y las presiones inflacionarias. Si bien son necesarias estrategias como la inversión pública en infraestructura, los estímulos fiscales, la reducción de tasas de interés y programas de empleo temporal, una estrategia de inversión en educación de calidad desde la infancia emerge no solo como un pilar para el desarrollo humano y social, sino también como un motor económico capaz de generar riqueza y dinamismo en el corto plazo.
La investigación del Premio Nobel James Heckman muestra cómo cada dólar invertido en la educación temprana ofrece retornos significativos, tanto en términos de ingresos futuros para los individuos, como en beneficios sociales y económicos para la sociedad en general. Heckman señala que la inversión en los primeros años de vida es especialmente crítica, ya que establece las bases para el aprendizaje futuro, la salud y el comportamiento social. En Colombia, donde la inversión en educación sigue siendo un desafío, adoptar un enfoque basado en evidencia podría revolucionar el panorama educativo y económico del país.
Más allá de la inversión gubernamental, es crucial que todos los actores de la sociedad contribuyan desde sus capacidades y responsabilidades. El sector privado puede desempeñar un papel clave a través de la financiación de programas educativos innovadores y becas, mientras que las ONG y las comunidades pueden apoyar iniciativas de educación comunitaria y programas de mentoría. La colaboración entre estos diversos actores puede asegurar que la estrategia de fortalecimiento educativo trascienda la noción de ‘más y mejor educación’, para convertirse en un verdadero catalizador de cambio social y económico.
Ejemplos internacionales, como los bonos de impacto y los fondos de resultados en Ghana y Sierra Leona, así como iniciativas innovadoras en Finlandia y Singapur, ofrecen modelos replicables y adaptativos para Colombia. Estos enfoques mejoran los resultados educativos y además demuestran cómo la educación de calidad puede impulsar el crecimiento económico, reducir la pobreza y mejorar la cohesión social.
A corto plazo, la inversión en educación temprana puede aumentar el empleo y el ingreso de las familias al mejorar la empleabilidad de los padres (especialmente las madres), al facilitar servicios de cuidado infantil de calidad. Esto, a su vez, incrementa la demanda interna por bienes y servicios, un motor crucial para la reactivación económica. Sin embargo, más allá de los beneficios económicos y de desarrollo personal, la inversión en educación temprana promete una reducción de los costos sociales a largo plazo. Al preparar mejor a las generaciones futuras, Colombia puede esperar una disminución en la violencia, una mejora en la salud pública y una ciudadanía más informada y participativa. Esto, a su vez, contribuye a un círculo virtuoso de crecimiento económico y cohesión social.
En pocas palabras, el fortalecimiento de la educación infantil en Colombia es una inversión estratégica que puede generar riqueza y dinamismo económico en el corto plazo, además de establecer las bases para un desarrollo sostenible y equitativo. Es imperativo que el gobierno nacional, los gobiernos locales y otros actores clave se unan en un compromiso común hacia esta transformación. A través de políticas innovadoras y una inversión estratégica en capital humano desde sus primeros años, Colombia no solo puede enfrentar sus desafíos económicos actuales, sino también pavimentar el camino hacia un futuro más próspero y resiliente. Este es el momento para que todos los involucrados actúen, asegurando que la educación se convierta en el eje central de la reactivación económica y la transformación social.