Sí, puede suponer que esta es una columna feminista, sesgada, injusta, discriminatoria. Todo lo anterior es válido, lo acepto. Pero no puedo controlar la indignación que siento cuando volteo a mirar cualquier escenario, cualquiera, donde exista un varón, un patriarca, haciendo de las suyas. Haciendo lo que le da la gana, jugando con su entorno, imponiendo sus propias reglas, acomodándolas a su amaño. Vivimos en el mundo que el poder patriarcal fabricó. En el mundo que imaginaron podían vivir, sin aceptar que no eran los reyes de la naturaleza. Y en su proceso ‘creativo’ han llevado a la humanidad al borde del precipicio. ¿Cómo es posible?
Haga usted mismo el ejercicio. Trump, Putin, Hamás, Netanyahu, Bukele, Maduro, Ortega, Milei… donde quiera que mire no existe ni una sola mujer causando tanto daño, haciendo tantos atropellos, burlándose de sus compatriotas, jugando con el futuro, compitiendo con Dios. No, no existe ninguna mujer con ese desempeño. Impregnados de la feroz energía masculina, atropelladora, arrasadora, controladora, el mundo está perdido, dando tumbos, confundido en sus prioridades. Bájelo si quiere al mundo doméstico.
Los feminicidios se multiplican en el vecindario, no hay cómo detenerlos, los hijos e hijas viven marcados por el grito paterno, por la descalificación masculina. Tragos, golpes, abusos. Estos patriarcas varones no se pueden abrazar sobrios, pero mareados por el alcohol o por el triunfo de un equipo de fútbol, pueden besarse, abrazarse, tocarse, como no lo pueden permitirse en sano juicio. Lloran por su escuadra, pero pueden impávidos darle una puñalada a su compañera. Pueden violentar a un hijo, pero se derriten por un gol. En la final de la Champions, en el escenario de premiación con más de 100 personas en gramilla, solo había una, una sola mujer en ese lugar. ¿Casualidad? Mundo machista, de fuerza, competencia, zancadillas. El mundo construido por el poder patriarcal.
Sí, anhelo un mundo impregnado también de energía femenina, un mundo que hable de conciliación, de mano extendida, de cooperación, de solidaridad. Un mundo donde los seres humanos valgan lo mismo, signifiquen lo mismo y donde no exista el poder atropellador del más fuerte, del más instigador. Un mundo que pueda dialogar las diferencias y aceptar la verdad de cada quien.
Las energías no son ni buenas ni malas, necesitamos las dos como medida de equilibrio. Hasta ahora hemos padecido el desajuste de un patriarcado apoyado en el autoritarismo, creyéndose depositarios de la verdad y la razón. Un mundo material donde el dinero fue superior a las emociones. Estamos donde estamos porque el macho ‘no se deja’ y siempre quiere ganar. Muertos, heridos, destrucción, huellas imborrables en el corazón de tantos niños y niñas que no pueden aceptar por qué se destruye, por qué ese deseo de venganza, de retaliación. Esperamos (ilusamente) que nuestros hijos dialoguen y sean compasivos, pero sus padres incitamos a la venganza.
Como dicen los registros ancestrales, es hora de vivenciar un mundo también con energía femenina (que no la practica solo la mujer) para poder aceptar que todos ‘cabemos’ en este planeta. Combinar masculino y femenino para derrotar la dualidad. Cómo cambiar entonces control, conflicto, competencia, censura por conexión, comunicación, consciencia, compasión. ¡Ese es el reto!