No es que se necesitara la masacre del 7/10, palabra que se queda corta, cometida por Hamás contra Israel para que el antisemitismo de la izquierda saliera del clóset, pues ya lo había hecho hace años. Sin embargo, la virulencia, el odio, incluso la violencia contra los judíos por parte de amplios sectores de los llamados progresistas, han roto todos los récords.
Vergonzoso, por decir lo menos, ver sectores de la izquierda aliados de Hamás, graduándolos de organización de ‘resistencia’, de ‘vanguardia de la revolución’, celebrando el asesinato de familias enteras, la violación masiva de mujeres y niñas, la matanza desaforada de jóvenes en un festival de música y el secuestro de más de dos centenares de civiles, la mayoría mujeres y niños, incluyendo un bebé de 9 meses. El 7/10 para sectores de la izquierda no significa nada, la sangre judía no vale.
Las manifestaciones pro-palestinas de la izquierda no son tal, son festivales de odio en que las consignas que vociferan no bajan de “muerte a los judíos”, “muerte a Israel”, “judíos genocidas”, “muerte a USA”, “del río al mar, Palestina vencerá”, lo que equivale a un llamado al exterminio de Israel.
La izquierda, que oculta su relatividad moral despachándose contra Israel, es la misma que ignoró los gulags, las masacres de la revolución cultural y el cerco a las libertades individuales. La misma que adora a Maduro, salvo que por cálculos electorales le hagan una que otra crítica tibia, que desprecia a los muertos y desterrados en Nicaragua, que idolatra a una Cuba de la que sus ciudadanos siguen huyendo cómo sea, a dónde sea. Una izquierda que defiende a los palestinos solo cuando puede demonizar a Israel, pero los ignora en calamidades como las que les han acaecido en Siria o Líbano.
Sectores de izquierda en la cama con el islam radical, para los que Hamás y Hezbollah son organizaciones progresistas, que hacen uso de malabarismo retórico para justificar el terrorismo palestino, para los que cuando un marido palestino revienta a su mujer a golpes es culpa de la ‘ocupación’, para los que la corrupción que ha postrado a la sociedad palestina es simplemente un ‘pequeño detalle’. Una izquierda obsesionada in-extremis con Israel que ignora masacres, abusos de género, limpiezas étnicas, homofobia, misoginia y matanzas religiosas en otras latitudes, como las masacres de cristianos en Nigeria, de musulmanes en Myanmar, asesinato de mujeres en Irán, genocidio de sirios por el régimen de Assad, limpieza étnica de los armenios en Nagorno Karabaj, represión de las mujeres en Afganistán, pena de muerte a homosexuales en varios países, violaciones masivas en Sudán y un largo etcétera.
La izquierda, entre cuyos fundadores y luchadores sobresalieron desproporcionadamente judíos, pareciera cargar el pesado fardo de la ‘cuestión judía’ que por siglos azotó al continente europeo. Una cara del antisemitismo de la izquierda, para hacerlo ‘políticamente correcto’, es el ‘antisionismo’ que no es más que rechazar el derecho del pueblo judío a su Estado, derecho que tienen todos los pueblos del mundo. La otra cara es el desmedido odio a Israel en que las legítimas críticas a Israel y su gobierno desembocan no en lo que hace, sino en lo que es.
Si en Israel se lleva a cabo una de las más grandes marchas del orgullo gay, no es porque el país sea crisol de diversidad, sino para ‘lavar su imagen’ y cuando Israel ayuda en desastres naturales es para ‘purgar sus culpas’.
El conflicto palestino-israelí se ha convertido en un ‘Waterloo’ para la izquierda. Con qué facilidad el dedo acusador se alza de manera instintiva contra el Estado Judío, ignorando el contexto, obviando los hechos, desechando la historia.