Cinco días en la oscuridad total, meses de apagones intermitentes, un pueblo cada vez más empobrecido y un futuro incierto. La Cuba de hoy refleja el fracaso de un régimen que se vendió 65 años atrás como el salvador, como suelen hacerlo las dictaduras, pero que terminó siendo la condena de la isla y de su gente.
Se podría decir que los cubanos viven su peor hora, pero sería caer en la mentira. No ha habido buenos momentos desde aquel 1 de enero de 1959, cuando el movimiento revolucionario comunista al mando de Fidel Castro se instaló en el poder tras derrocar al entonces presidente Fulgencio Bautista.
Como suele pasar con los regímenes dictatoriales, cualquiera que sea su esquina ideológica, la represión se impuso y le abrió paso a las sanciones internacionales; las carencias se tomaron las calles de La Habana, de Cienfuegos o de Camagüey, mientras las cárceles se llenaron de opositores. Quienes pudieron, huyeron en algún momento en las últimas seis décadas, y aquellos que quedan siguen anhelando la libertad, así la mayoría ni siquiera la conozca porque nació después de la revolución.
Los apagones, que se suceden desde hace varios años, son una pequeña síntesis del desastre causado primero por Fidel Castro, luego por su hermano Raúl y ahora por quien los sucedió, Miguel Díaz-Can-cel, el actual presidente. Con unas centrales de energía obsoletas, sin recursos para invertir en infraestructura y con una dependencia total del petróleo importado para subsistir, pero además sin la ayuda de sus principales socios - Rusia y Venezuela- que viven sus propias crisis, era previsible la debacle.
A un pueblo con hambre, sin medicinas ni leche para sus infantes, que vive en medio de la pobreza, sin posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas y sin esperanza de un futuro mejor, es difícil mantenerlo a raya.
Las protestas, igual que los apagones, son cada vez más frecuentes y llegará un punto en que ni siquiera las amenazas o la represión podrán contenerlas.
Los cubanos no aguantan más y la culpa no es externa como lo pretende excusar el régimen incapaz y caduco. El comunismo, como sucedió en el resto del mundo, fracasó también en la isla, como lo ha hecho un socialismo malentendido ahí en Cuba y por igual en otros rincones de Latinoamérica.
Parece una burla ese “tenemos patria, revolución y socialismo, es decir, garantía de protección para todos”, que lanzó Díaz-Canel en medio de la crítica situación. Lo que viven los cubanos es una tragedia forjada durante 65 años que empeorará aún más si pasa el tiempo y no se reconoce la derrota de la dictadura.
Cuba, al igual que Venezuela o Nicaragua, son espejos hacia los que debe mirar Latinoamérica para no cometer los mismos errores, en especial aquellos países que parecen proclives a dejarse seducir por discursos retóricos e ilusiones distópicas.