Los dos últimos años en Colombia han transcurrido en medio del más innecesario de los desgastes por cuenta de una agenda de gobierno llena de incertidumbre en las formas de su implementación. Así, el presidente Petro pasó de llevar a creer a millones de electores que tenía las respuestas para los principales problemas del país, a evidenciar una preocupante falta de claridad en la hoja de ruta de su cuatrienio de gobierno.

El optimismo con el que muchos eligieron a la administración actual ha sufrido una drástica transformación en medio del desgaste por las decenas de peleas diarias que el presidente libera contra todos los que lo cuestionan. Lo que algunos creyeron que sería una presidencia de reconciliación y de acuerdos entre distintos movimientos políticos ha terminado siendo un proceso de sectarismo y encierro que, para desgracia de toda una nación, ha apostado por profundizar la división entre la ciudadanía.

El camino de terquedad emprendido por el gobierno, desde el cual ha decidido dar pocos cambios ante las alertas de la coyuntura nacional y las denuncias de muchos sectores, solo trae consigo una consecuencia: el desgaste cotidiano en el debate público. Y ese ambiente, caracterizado por la desilusión y la falta de certeza frente al futuro, nunca podrá mantener los buenos ánimos entre la ciudadanía. Dos años después de la elección del presidente Petro en segunda vuelta, hasta el mayor defensor de su mandato podría evidenciar el abismal cambio entre la expectativa de aquel momento y la desilusión del ahora.

En nada ayuda en esta coyuntura el discurso de permanente beligerancia del gobierno, ni el radicalismo con el que han sido pensados y tramitados procesos como el llamado a la constituyente y reformas como la de la salud. Mucho menos ayudan los escándalos que rodean al gobierno y que, cuando menos, representan un incumplimiento absoluto frente a la promesa de cambio ofrecida en campaña.

Pero la capacidad oportuna de reacción parece no ser la mayor de las virtudes del presidente Petro y su equipo. Mientras la incertidumbre despierta preocupaciones en todos los sectores y orillas, resulta incomprensible la manera en que el gobierno insiste en profundizar la falta de claridad sobre temas tan esenciales para la ciudadanía como el futuro del modelo de salud y la integridad de la Constitución del 91. La ambigüedad y la ligereza desde las cuales la administración ha atendido las más determinantes inquietudes de la ciudadanía sobre el futuro institucional de Colombia están lejos de brindar claridad y tranquilidad. Y nadie gana cuando el discurso premia la incertidumbre, ni siquiera el gobierno.

Ahora más que nunca, todos los sectores de la independencia y la oposición deben entender la importancia de un discurso de esperanza y optimismo como alternativa en 2026 ante los terrenos de la radicalización y la división desde los cuales se mueve con tanta confianza el presidente Petro, para quien todo lo que no sea él representa “la política de la muerte” y tantos otros calificativos. La campaña hacia 2026 empezará pronto y desde ya deben entender quienes se enfrentarán al actual partido en el poder que no será suficiente ganar por estar en contra del Gobierno Nacional. Quien quiera ganar para reconstruir debe representar la antítesis del actual camino de desgaste y devolverle la ilusión y la esperanza sobre su futuro a un país que se acostumbró a la división y al pesimismo.