El caos que se nos viene con las elecciones del próximo 26 de octubre es inimaginable. Alianzas de contrarios donde las ideas ni los propósitos cuentan, sino por el contrario, manda el oportunismo coyuntural para ganar la elección sin percatarse mucho del cómo. Es el reinado del todo vale, un camino que Petro recorrió a la perfección y que, con la llegada de 36 nuevos partidos a la contienda regional y local, esta tocó con techo con 135 mil inscritos para alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas, de los cuales 52 mil son mujeres.
En la vapuleada Buenaventura, que lleva cuatro años de desgobierno y fracaso rotundo de un alcalde de izquierda, escogido entre los líderes del Paro Cívico del 2017 que paralizó el puerto 20 días, una gran movilización ciudadana que terminó con el compromiso de Juan Manuel Santos de constituir un fondo con $ 10 mil millones de arranque para financiar un plan de desarrollo integral -que no han encontrado la forma de ejecutarse-, hay 16 candidatos que aspiran a la Alcaldía. Detrás de ellos hay pequeños grupos o partidos recién creados por cuenta de la laxitud del Consejo Nacional Electoral. Este ejemplo se repite en muchos municipios que superan la docena de aspirantes, como ocurre también en Cali, donde puntean según la última encuesta: Roberto Ortiz, Alejandro Eder y Diana Rojas, los dos últimos ojalá hayan llegado a algún mecanismo para fortalecerse como opción y no llegar divididos.
La Constitución del 1991 sacudió la camisa de fuerza, el bipartidismo liberal conservador producto del acuerdo del Frente Nacional, una fórmula que hizo agua en las elecciones de Misael Pastrana, con una Anapo crecida que terminó derrotada de manera poco clara, quedando sembrada la semilla para el nacimiento del M-19 que 50 años después tomó forma con Gustavo Petro en la Presidencia.
Cerrar espacios para impedir expresiones diversas nunca fue una buena alternativa, como tampoco la apertura constitucional que generó esta explosión de mini organizaciones de las que solo están enterados sus fundadores. Organizaciones con dueño cuyo poder reside en la facultad de dar avales; fábricas de avales que con el surgimiento de los co-avales el candidato se inscribe respaldado por varios partidos o grupos con las que tendrá que contar a la hora de armar gobierno. Y entonces aparecerá el inevitable tome y dame, el pragmatismo transaccional que echa por la borda cualquier propósito mayor.
La atomización y la presión personalista es tan mayúscula que ni siquiera un líder tan caudillista como Gustavo Petro logró mantener cohesionado el Pacto Histórico, el movimiento que lo llevó al poder como una constelación de grupos de izquierda alrededor de su nombre. Un año después estaba volando en mil pedazos a la hora de escoger candidatos a alcaldías y gobernaciones donde los egos mandaron. La pugna interna fue febril con resultados como el de Cali, cuna del furioso estallido social que el Petrismo supo canalizar, donde primó la división produciendo candidatos tan desdibujados como Denis Rentería, el exsecretario de Seguridad de Jorge Iván Ospina, que aspirará por la Colombia Humana, cuando de izquierda no tiene nada.
El horizonte es negro en unas elecciones de altísimo significado para la vida de la gente y que en el caso de Cali ya hemos visto las consecuencias nefastas de un mal gobierno que ha dejado una ciudad postrada.