Hace unas semanas asistí a una conferencia sobre las tendencias de la humanidad, y una de ellas es que el alargamiento en las esperanzas de vida, con una mayor calidad, debido a los cambios de alimentación, hábitos saludables y medicamentos, están permitiendo que a partir de los sesenta, las personas estén encontrando nuevas oportunidades en diversos frentes y se replantean muchos de sus objetivos. Si se pensionó, sus hijos ya vuelan solos, tiene tranquilidad económica, salud y ganas de disfrutar los años por vivir, se preguntan: ¿Qué hacer con todo eso? Muchos han regresado a la universidad, pero a estudiar carreras totalmente diferentes, pues es una nueva vida. Ya no se va a las aulas para sobrevivir, sino para satisfacer apetitos intelectuales: historia, sociología, derecho, física, son algunas de esas carreras.
Otros deciden vivir intensamente la adolescencia pendiente, al punto que se habla de ‘sexalecencia’ para referirse a ese reverdecer en los sesenta. He visto cómo algunos han comprado la moto que añoraron en su juventud y por los padres o por las condiciones económicas no habían podido hacerlo; he tenido también las noticias de cómo varios se han ‘destortillado’ pues les quedó grande el hobby tardío.
Pero en aquella conferencia lo que más me sorprendió fue el incremento de los divorcios en las personas mayores, onda llamada ‘los divorcios grises’.
En España, por ejemplo, las rupturas a partir de los 50 años constituyeron en 2021 el 27 % de las disoluciones matrimoniales. “La esperanza de vida alcanza los 83 años y son ellas las que mayoritariamente toman la decisión: quieren vivir bien el (mucho) tiempo que les queda”. Las investigaciones revelan que los ‘baby boomers’, nacidos entre 1946 y 1964, se divorcian más que cualquier otra generación. El aumento más significativo en las tasas de divorcio se produjo entre las personas mayores de 65 años: la tasa se triplicó entre 1990 y el 2021.
Los adultos mayores “se enfrentan ahora a tasas de divorcio sin precedentes”, según un estudio publicado el año pasado en la revista Journal of Gerontology: Social Sciences. La socióloga I-Fen Lin y Susan Brown, codirectoras del centro de investigación sobre la familia Bowlig Green en Ohio, han confirmado que 1 de cada 4 divorcios se dio entre personas mayores de 65 años.
¿Qué está impulsando tal tendencia? La crianza de los hijos ha traído un desgaste; en esta época se hace un repaso a los logros y frustraciones y cada uno de estos generan emociones y reacciones; el fin del amor y el manejo del periodo postjubilación que requiere una mutua comprensión sobre los roles de cada uno y los planes como pareja, familia e individuos. Se llega a los 60 años y si sabemos que nos quedan, Dios mediante, por lo menos, dos décadas de vida, pues a buscar la felicidad conjuntamente y si esta no aparece en el panorama, las parejas prefieren tomar cada uno el camino de su autorrealización.
El desafío es muy interesante: existe la posibilidad de conversar en pareja y concertar la ruta del bienestar conjunto, ojalá iluminado por el amor. Obviamente, también está la posibilidad de separarse si los temperamentos no contribuyen y el amor es reemplazado por la jartera insuperable de convivir con quien no se quiere; puede ser la oportunidad de reencauchar la vida con gustos pendientes y hasta encontrar amores inconclusos con quienes los sueños subsisten. Pero el peor escenario es quedarse solo y en el desespero buscar a una chica joven para desatrasarse y terminar con pantalones fucsia, zapatillas Converse y camisa hawaiana en un concierto de reggaetón mientras la chica acaricia tiernamente los cuernos del jubilado.